Pablo Iglesias y Alberto Garzón acudieron a la toma de posesión de sus cargos con un pin de un triangulo rojo invertido. Un símbolo antifascista que evoca la memoria de los prisioneros por motivos políticos que fueron liquidados en los campos de exterminio nazi. Sin embargo, un gesto de honra y recuerdo que tendría que unir a cualquiera que quiera llamarse demócrata se ha convertido en un elemento de crítica, mofa e incluso difamación. El primer ministro en portar un triángulo rojo fue Jorge Semprún, comunista que llevó cartera de cultura con Felipe Gonzalez en 1988. Lo llevaba en los años 40, cuando estuvo interno en el campo de concentración de Buchenwald. Por gente como Semprún lo llevan Iglesias y Garzón.
La historia del triángulo rojo se remonta a los peores años de nuestra memoria reciente. Los campos de exterminio tenían un sistema de marcado dirigido a identificar de manera clara cuál era el motivo que les había llevado a ser internados por los nazis. El triángulo verde estaba destinado a los criminales o presos comunes, el negro a los considerados asociales, en su mayoría acusados de prostitución y el rosa a los homosexuales.
La mayoría de los prisioneros que no eran judíos que acababan en campos de concentración lo hacían con las denominadas Schutzhaftbehel , o eufemísticamente custodias de protección, acusados de disidencia política por parte de la SS y la SA. A estos prisioneros se les marcaba con el triángulo rojo invertido.
Comunistas, socialistas, masones, pero también conservadores, católicos y cualquier demócrata disidente que osara no seguir la doctrina nacionalsocialista. También a los judíos se les podía marcar con ese triangulo rojo combinando uno de los de la estrella de David con el amarillo. No hay colectivo exterminado por el régimen de Adolf Hitler que estuviera a salvo de ser marcado con dicho símbolo en los infames campos de exterminio.
Una de esas historias que son rememoradas por todos aquellos que portan el pin antifascista en la actualidad es la de Czesława Kwoka, una niña polaca de 14 años que murió en Auschwitz junto a su madre , por el simple hecho de ser católica, ya que los nazis consideraban que servirían antes a la Iglesia de Roma que a su patria impuesta. Escritores conservadores como Friedrich Rech- Malleczewen también tuvieron que portarlo por ser considerados enemigos del pueblo. En su magnífica obra 'Diario de un desesperado' se puede conocer cómo es posible ser antifascista sin ser de izquierdas. Sería un gran aprendizaje para tantas mentes con miras cortas y lengua larga. Rech era una conservador prusiano, casi la esencia pura del conservadurismo europeo, que se posicionó rápidamente contra el nazismo y lo hizo de manera pública en sus escritos y visible en sus acciones. Cada vez que alguien le saludaba con el preceptivo 'Heil Hitler' él devolvía el 'Alabado sea dios' que se usaba con frecuencia en las zonas rurales prusianas. No desfalleció en su lucha contra el nazismo a pesar de sentirse sin fuerzas en algunas ocasiones: "Es necesario valor y fuerza de voluntad diaria para continuar con esta vida que desde hace años se alimenta de odio. Valor y fe en aquella idea que tiene sed de hacerse realidad". No pudo ver esa idea florecer y fue asesinado por los nazis en Dachau, pese a que dijeran que murió de tifus. Por Rech y Kwoka, por conservadores y católicos, también es mi triángulo rojo.
La ceguera e ignorancia de muchos que desconocían la etimología de este símbolo puede comprenderse porque pensaran que al ser rojo era un símbolo comunista. Es aceptable tal incapacidad e inanidad intelectual en muchas de las personas que lo han criticado, como Isabel San Sebastián o Mariló Montero. El sectarismo no les alcanza para informarse previamente o, al menos, para saber escuchar cuando se lo explican.
Hay muchos y variopintos argumentos que se pueden esgrimir para explicar por qué les ofende y escuece un símbolo que homenajea a los prisioneros políticos exterminados por los nazis. El primero es que sienten cercanía por un régimen como el nazi por simpatía con el franquismo. No hay que desdeñar la estrecha colaboración de ambas dictaduras de la que han bebido culturalmente en sus familias muchos de los que ahora se escandalizan por un pequeño triángulo. No pueden reconocerlo pero late en su ser, todavía los complejos no se lo permiten. No lo ven tan mal porque ante todo son anticomunistas, y pueden serlo, pero que al menos hagan caso a Semprún y lo hagan ilustrándose con la obra de Gustaw Grudzinski que en su día recomendó el exministro marcado en su pecho.
Les escuece un simple triángulo rojo porque hace aflorar todas sus miserias. Porque tienen que reprimir sus impulsos más profundos y resistir sus loas descarnadas al régimen que les dio el pan. No, no son antifascistas porque eso sería condenar su propia esencia y no se atreven a renegar de la labor de sus padres, ya sean filiales, culturales o políticos. No son antifascistas porque no son demócratas. Y por eso les molesta que se lo recordemos con un simple pin en nuestra solapa. Un triángulo rojo que antes servía para marcar a los que luchaban contra el fascismo sirve ahora para desnudar a los que lo protegen.