La cuerda se puede romper en cualquier momento. Estamos catatónicos, pero siempre hay un punto de inflexión que puede hacer despertar del shock. En sexta ola pandémica, con la salud mental devastada de forma colectiva, una nueva cepa más contagiosa y transmisible, y con la mitad de la población buscando como pollos sin cabeza un test de antígenos en farmacias o clínicas privadas hemos desestimado la opción de plantarnos. De acudir a protestar frente a las consejerías de Sanidad de cada Comunidad Autónoma a exigir que se dote la sanidad pública de manera eficiente para que llamar al centro de salud y poder coger una cita para hacernos una PCR no sea misión imposible. Están tentando a la suerte llevando al límite a un pueblo que ahora mismo se siente abandonado por las instituciones.
En Madrid los servicios de urgencias de atención primaria (SUAP) llevan cerrados desde marzo de 2020. En la tierra de la libertad no puedes ir a urgencias a un ambulatorio sino que tienes que acudir a hospitales saturados o esperar que lo que te ocurra no sea lo suficientemente grave para pasarlo en casa con lo que puedas encontrar en una farmacia de guardia. Pero eso es el cumplimiento íntegro de su programa político, no se puede negar que Ayuso es fiel a sus principios. Ganó las elecciones con la promesa implícita de arrasar con los servicios públicos y en especial con la sanidad. Cumplirá si la ciudadanía de Madrid no le hace cambiar el paso.
Las restricciones fueron inevitables cuando un virus nuevo apareció y no había otra manera de enfrentarse a él más que limitar todo tipo de interacción social. La población general lo asumió con estoicidad con la excepción de algunos egoístas, pijos, anarcoliberales y elementos prescindibles de extrema derecha. En este momento, con el 90% de la población diana vacunada, las restricciones no son más que la carrera del mal estudiante que no podemos tolerar con sumisión porque supone echar sobre los hombros de la ciudadanía la falta de interés en reforzar un servicio público esencial como la sanidad.
Es frustrante volver a sentir la ineptitud y la incapacidad para leer la emoción de la calle. Ser capaz de desencriptar el humor social es importante para estar en política y las medidas e ideas que se están barajando son las propias de psicópatas sociales incapaces de empatizar y conocer a la gente que gobiernan. Una buena idea sería mandar a algún asesor a una cola de un centro de salud, de farmacia en farmacia a buscar test de antígenos, ponerle al teléfono a intentar lograr una cita con el médico o ir a una clínica privada cuando todo ha fallado a pelearse porque les roben el hígado por una PCR.
Ahora es tiempo de contratar personal sanitario, reforzar la atención primaria hasta niveles que no exijan heroicidades al personal sanitario, instaurar un servicio eficiente de diagnóstico móvil y obligar a que las administraciones públicas vuelvan al teletrabajo. Pero ni una restricción más sin medidas de asistencia pública porque en un momento de hartazgo y tensión evidente volver a tomar medidas cuando se sigue sin poner solución desde las instituciones a aquello que está en sus manos es echar a la ciudadanía en brazos del caos y el nihilismo político. Hagan su trabajo y después vuelvan a pedir sacrificios.