Donald Trump se ha convertido en el benefactor de las desideratas que la izquierda, que antes tragaba con todo en el poder, ha venido defendiendo para expiar sus culpas. El "no a la guerra" y "queremos la paz", el no al envío de armas, era un eufemismo para pedir la rendición incondicional de Ucrania ante la invasión de Rusia y marcar paquete político en las luchas cainitas de la izquierda. De hecho, es el mismo argumento que está usando Trump para justificar la humillación de Ucrania y el reparto del país entre imperios. En el momento que abroncaba a Zelenski ante los ojos del mundo, lo hacía para evitar una tercera guerra mundial, como si eso se pudiese producir si él no lo quisiera. Trump está concediendo aquello que pedía Podemos, lo que pedía IU, lo que se pedía desde el PCE y desde los sindicatos de clase; lo que pedían todos aquellos que llevan tres años siendo los poliazny de Putin para debilitar la posición de Ucrania desde dentro de los países europeos. Un inmenso error que marginará sus posiciones por décadas.
Algunos puede que lo hicieran defendiendo el pacifismo desde posiciones sinceras, en mi opinión de forma naif, pero sinceras al fin y al cabo. Otros de ellas no. Eran intencionados y siendo conscientes de a qué intereses servían. El exvicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias, en una intervención en la Cadena SER -de cuando Prisa no era cloaca porque le daba altavoz-, pedía una paz aunque fuera humillante para Ucrania -para ser precisos, "por muy humillante que sea"- antes de seguir armando a los ucranianos para que se defiendan de los rusos. Eso es lo que Trump le ha concedido, una paz humillante. Putin lo buscaba, la izquierda lo amplificaba y Trump lo ha otorgado.
La necesidad de que haya una izquierda con un discurso geopolítico de adultos, siendo conscientes del nuevo orden mundial y que se deje de estar anclada a las premisas anteriores a 1989 es imprescindible para que pueda ser tenida en cuenta en los debates intelectuales de nuestro tiempo. Uno de los momentos más vergonzosos a los que he tenido posibilidad de asistir en directo durante estos años de guerra en lo que respecta a la posición de la izquierda ante el conflicto ocurrió en la sede del sindicato CGT y evidenciaba la burbuja en la que vive la izquierda de la Europa occidental. En un ciclo de conferencias y charlas sobre la guerra de Ucrania invitaron a un sindicalista anarquista ucraniano de la región del Donbás para que explicara la situación de la clase obrera sobre el terreno mientras la guerra se producía. En el turno de preguntas uno de los asistentes le preguntaba qué pensaba sobre el envío de armas de España a Ucrania. La respuesta del anarquista ucraniano fue palmaria: "Nos mandáis pocas".
El murmullo se hizo general entre los asistentes que fueron expulsados de golpe de su burbuja antimilitarista mientras el sindicalista explicaba cuántos mineros de su sindicato habían muerto luchando en el frente como voluntarios contra los rusos. El sindicato, que había hecho un llamamiento a la deserción de los ejércitos en conflicto y al cese del envío de armas en esa cultura que había en la primera guerra mundial -cómo si el mundo no hubiera cambiado- del derrotismo revolucionario, tuvo que ver en su cara cómo les respondía un anarquista, sindicalista y minero del Donbás, defendiendo en su propia sede la necesidad de enviar más armas y explicando cómo la mitad de su sindicato anarquista estaba luchando en el frente contra la invasión rusa. Es la diferencia entre sufrir el conflicto y pontificar sobre él desde una posición de seguridad.
El problema de valorar los imperios de manera hemipléjica es que el imperio que te defiende puede empezar a mirarte como la presa. La izquierda ha tenido un problema al basar su posición geopolítica en cada escenario en contraposición a EEUU sin tener en cuenta que Rusia también es un imperio. Liberales, socialdemócratas y conservadores han cometido el mismo error dando por hecho que el imperialismo de EEUU nunca acabaría afectando a los intereses de Europa. Es hora de que todos despierten de su sueño y sean conscientes de que Europa es ahora el pastel a repartir entre Rusia y EEUU, del mismo modo que Europa se repartió África en la Conferencia de Berlín de 1868.
Una parte muy importante de la izquierda pedía la paz en Ucrania como si los que defendían el envío de armas para que Ucrania pudiera defenderse de un agente invasor no quisieran la paz. Todos la queremos. La diferencia es que todavía quedamos en la izquierda quienes defendemos la soberanía de los pueblos y la agencia de los países para defender su integridad territorial y la libertad de sus ciudadanos de un agente imperialista porque de verdad somos antiimperialistas sin mirar la bandera del que decide que puede aumentar su territorio por la fuerza. Puede que al final Donald Trump, en alianza con Vladimir Putin, conceda a esa izquierda que se dice pacifista pero pide rendiciones lo que deseaba. Ya lo tienen, la humillación de quien se defendía de un imperio agresor.