Negra y criminal. Poco podía imaginarse el malogrado librero Paco Camarasa que el nombre que había elegido para su famosa librería de La Barceloneta sería, algún día, el titular de una noticia sobre el alarmante clima de inseguridad que vive la ciudad. Desde hace algo más de un año, todos los indicadores criminógenos se han disparado en la capital catalana: los hurtos, un 25%, los asesinatos, un 40%, los robos en viviendas, un 23%, los disturbios públicos, un 32%. Malos datos. Sintomáticos. Ilustrativos y delatadores de una situación de inseguridad que empieza a ser latente.
Y lo "latente", como expresan, a propósito del narcotráfico los últimos informes del Plan Nacional Contra la Droga, es, en términos criminales, la antesala de lo sistémico y cuando la inseguridad se enraíza y se normaliza, ésta se erige como el punto de partida de una metástasis que lo acaba pudriendo todo.
¿Estamos a tiempo?
Estamos a tiempo de impedirlo. O eso dicen los expertos. Pero nadie mueve ficha. La Barcelona de "los prodigios" empieza a ser el nido de criminales y mafias que encuentran entre el bullicio turístico, la opulencia lúdica y la inacción judicial y policial un magnífico territorio para instalarse y desde donde apuntalar y extender sus dominios.
A tiro limpio
En cuatro días se ha registrados cinco tiroteos en Barcelona. Más balas por habitante que en el Chicago de Al Capone. La ciudad que enamoró al mundo en el 92 es hoy, por ejemplo, refugio de los peores especímenes de Los Trinitarios o los Dominican Don´t Play, bandas latinas que han relegado a la mínima expresión a pandillas como los Latin Kings o los Ñetas. A principios de julio, otro pandillero fue abatido en L'Hospitalet de Llobregat. Con este ya son nueve jóvenes dominicanos o ecuatorianos los asesinados en ajustes de cuentas. También este mes un ciudadano marroquí, presunto traficante de drogas, fue abatido a tiro limpio por un sicario que le abordó en patinete eléctrico.
Cuatro tiros a bocajarro y un aviso para navegantes: aquí no pasa nada. En Barcelona la ley la marca el sicario. Tres días antes, un tipo joven, encapuchado y con guantes de látex mató a un hombre al que buscaba y al que encontró en una peluquería de Barcelona. Cuatro tiros, un soplido del cañón del revolver y adiós muy buenas.
Impunidad en Barcelona
"La ciudad de los prodigios" se ha convertido en la "ciudad del gatillo fácil". Siendo grave, gravísimo, no es los más preocupante. Lo terrible es que Barcelona se está convirtiendo en la ciudad de la impunidad para los que tienen el gatillo fácil.
Se multiplican los tiroteos. Aumenta la tensión social a cerca de los MENAS (menores migrantes no acompañados). Los delitos de unos pocos, estigmatizan a un colectivo que solo busca en España una oportunidad. Y siguen llegando incesantes, mientras la administración los hacina en comisarías y hoteles, como quien amontona sacos de patatas, sin entender que las patatas amontonadas, con el tiempo, se pudren. Y las comisarías de los Mossos están a mitad de rendimiento, con media plantilla de baja: unos, la mayoría, deprimidos o estresados después de haber sido maltratados y utilizados hasta la extenuación (la de los policías) por el poder político durante el "procés". Otros, lo menos, simplemente caraduras como los hay en todos los oficios.
Pagan los de siempre
Poca policía. Muchos delitos. Poca prevención, muchos electoralismo. Las estadísticas se disparan. El código penal sigue apretando a los de siempre y no a todos por igual. La ley se ceba con la purria y contemporiza con la delincuencia de metralleta y de moqueta.
No nos resignemos a vivir con miedo o asumir que la inseguridad es algo consustancial con el primer mundo. No dejemos que se extienda este veneno, porque es el que alimenta a la extrema derecha en su discurso populista. Si no reaccionamos, lo tendremos bien merecido.