El proceso asimétrico de desescalada que ha ideado el Gobierno está generando una desconfianza generalizada. Por un lado, ha dado la sensación de que todas las comunidades autónomas pedían el cambio de fase por el miedo a quedarse atrás y a que sus ciudadanos les achacaran algún desastre en la gestión. Yo creo que es para todos comprensible que si hubo una incidencia mayor del virus en unas zonas que otras, quizá no todas pueden estar preparadas para iniciar la desescalada al mismo tiempo. Ojalá no fuera así, pero parece lógico que haya diferentes velocidades. En ese caso, no necesariamente serían justas las acusaciones al Gobierno de agravios de unas frente a otras o de esconder oscuras motivaciones políticas para denegar cambios de fase.
Tan afectados se han visto presidentes autonómicos del PP, como del PSOE. Bien es verdad que el tuit de los socialistas acusando a la Comunidad de Madrid de ser "un ejemplo de gestión ineficaz e irresponsable" ante la crisis del coronavirus por no pasar de fase, no ayuda a desinflar las sospechas. El problema, y ese es el segundo punto, es que ha quedado clara la desconfianza casi generalizada de las administraciones autonómicas hacia el Ejecutivo. Le reprochan el oscurantismo, la falta de claridad a la hora de establecer los criterios necesarios para avanzar e incluso, como ha hecho la Generalitat valenciana, de favorecer a sus socios de investidura, en clara alusión al PNV.
Este clima que se está intentando fomentar es muy peligroso. Están creando un ambiente según el cual, no pasar de fase es un fracaso político y económico con responsables concretos a los que hay que señalar con el dedo. Si unos no avanzan sería culpa del Gobierno central, que a su vez está inevitablemente dejando a unas provincias en mejor lugar que a otras en base a sospechosos requisitos que los agraviados dicen no entender. En teoría, todo debería estar basado en criterios sanitarios concretos, no arbitrarios o discrecionales. Y lo deseable es que no existiera tal nivel de desconfianza, de los ciudadanos a los políticos y de nuestros dirigentes entre sí.
Estamos entrando de lleno en una nueva fase: la de buscar culpables a los que endilgar a toda costa la evolución y las consecuencias de la pandemia. Y ese es el otro drama con el que vamos a tener que lidiar en las próximas semanas. Será el germen de una grave crisis política, que se sumará a las crisis sanitaria y económica. Casi nada.