Este pasado fin de semana se han constituido los ayuntamientos en nuestro país. Normalmente, para los elegidos es un gran día. Se supone que están consiguiendo su objetivo final, que es gobernar. Salvo algún imprevisto de última hora, se cumplió lo establecido en la mayoría de consistorios del país.
Uno de los casos más particulares ha sido el de Barcelona. Ada Colau parecía estar asistiendo a un funeral, en lugar de a su propia fiesta. Y la verdad, resultó un poco chocante. Que sepamos, nadie le ha forzado a revalidar el cargo en contra de su voluntad. Entiendo que viniendo del activismo social, ella sea especialmente susceptible a las protestas de la calle, pero es un signo de madurez asumir que no le puedes gustar siempre a todo el mundo.
Varias concentraciones se dieron cita ante el ayuntamiento durante la toma de posesión y los ciudadanos independentistas que allí estaban la recibieron al grito de "fraude" e incluso le tiraron algún objeto. Se ve que no les gusta su alianza con los socialistas para quitarle la alcaldía a ERC. Y menos aún que Colau aceptara los votos de la candidatura vinculada a Ciudadanos e impulsada por Manuel Valls. Y eso que la operación fue gratis, que ella no tuvo que prometer nada a cambio. En todo caso, ya la portavoz de la Generalitat, en un mensaje irresponsable, había dicho días antes que esa triple alianza era "una operación de Estado" que requería "una respuesta de país".
En la plaza de Sant Jaume no había un país; para eso faltaba gente. Pero sí pudimos ver a decenas de personas increpando a Colau. Puede ser muchas cosas, pero fraude no. Son las normas, amigos. La suma de votos. Lamentablemente para ellos, los independentistas no suman. Es lo que hay.
En resumen, entiendo que los políticos no soporten los abucheos, aunque vayan en el sueldo. Sin embargo, creo que la alcaldesa no debería cometer el error de sobreactuar para sacudirse de encima a los independentistas críticos. En mi opinión, se equivocó en parte a la hora de pronunciar su primer discurso como alcaldesa.
Lo que hizo fue, y lo hizo para la gente que protestaba en la calle, decir que iba a colgar inmediatamente el lazo amarillo y que su formación no es equidistante. Además, le dio un puntapié a Manuel Valls al asegurar que sus votos, los que le habían permitido revalidar el cargo, le incomodaban profundamente.
Si tanto le molestan, ¿por qué los aceptó? Nadie le ha obligado a ello. Lo que pasa es que quería mantener la alcaldía, claro. Pero bueno, podría haberse sometido a la moda estrafalaria de dividirse el mandato con ERC, dos años tú y dos años yo. Y no, trasmitió la sensación de complejo, como si el apoyo puntual y gratis de Valls fuera una enfermedad contagiosa. Ada Colau tiene mucha personalidad. No le haría falta tanto postureo ni en un sentido ni en otro. El sábado, durante toda la ceremonia de toma de posesión, pareció que la enviaban al cadalso. O lo que es peor: a la oposición.