Ningún gobernante en su sano juicio querría tener problemas de orden público en su territorio. Ninguno. La razón es muy sencilla: la violencia callejera puede ser un fenómeno puntual, aislado y minoritario, pero las posibilidades de descontrol son infinitas. Es muy fácil y muy peligroso. Además, la causa que origina los altercados no tiene por qué coincidir con la que se defiende al final. Las sinrazones van mutando. Entonces, un gobernante en su sano juicio es consciente de que la violencia se sabe cómo empieza, pero no cómo acaba. Es decir, que aquel que quema contenedores y lanza pedruscos a la policía, no entiende de lealtades. Quim Torra no es un buen presidente, porque permite los altercados callejeros pensando que le benefician, que él y los suyos van a sacar rédito de esa presión.
Quim Torra es un señor que quiere que le obedezcan, porque es autoridad, pero él se permite el lujo de no atender requerimientos legales de instancias superiores. Es un individuo que se une a las manifestaciones que cortan carreteras. Es decir, contribuye al caos en su territorio. Es alguien que aplaude el bloqueo de un aeropuerto. Le da igual que se empobrezcan las personas sobre las que gobierna, que baje el turismo, que se vayan las empresas. Le da igual porque, entre otras cosas, gobierna solo para una parte de la sociedad. Y únicamente cuando le conviene. Quim Torra es esa persona que alienta las protestas y al mismo tiempo, dirige a los Mossos que las reprimen. Y luego, si tiene que elegir entre alguno de los dos, escoge a los alborotadores. Es aquel que, tras la detención de varios radicales con material explosivo, pide la expulsión de la Guardia Civil de su territorio. Prefiere tener Goma 2 pululando por ahí, antes que aguantar a los agentes que la requisan. O eso parece. Torra es ese dirigente político que se resiste a tener malas palabras hacia los violentos; sobre todo, cuando sus actos sirven para reforzar su causa no se sabe muy bien ante quién. ¡Oh! Los que rompen cosas en Cataluña son "infiltrados". No son nuestros chicos, parece querer decir.
Torra es un infiltrado entre la clase política. Es un activista, es un inconsciente. La violencia es terror y es condenable siempre. En la ley de la selva sólo sobreviven unos pocos. Quizá Torra crea que teniendo de su lado a los que siembran el caos en la calle o a los miles que se manifiestan pacíficamente de manera incansable, su puesto está garantizado. Y no. Que se lo digan a Gabriel Rufián, que por rechazar la unilateralidad y condenar la violencia ha pasado a ser el traidor mayor del reino. Torra es una persona que fue elegida a dedo.
Quizá permita los disturbios por temor. Ya vimos lo que le duró a Puigdemont la determinación de convocar elecciones. En cuanto se congregaron cuatro para llamarle traidor, cedió a las presiones y cambió de idea. Cuando algunos gritan que las calles serán siempre suyas, se refieren exactamente a eso: suyas, ni de Torra, ni de su predecesor, ni de su sucesor. Cuanto menos tarde en caer en la cuenta, mejor le irá.