Sólo en los últimos cinco años, en España hemos sido infinidad de cosas. Fuimos un país plurinacional, luego una nación de naciones, después nos dijeron que éramos solo una nación y también que éramos una nación con varias nacionalidades y que además, en todo caso, era un concepto que se refería solamente al ámbito cultural y sentimental.
En realidad, no nos da tiempo, a mí por lo menos, a sentirnos parte de nada de todo eso, porque cuando ya te estás aclimatando, cambia otra vez. El líder del PSC, Miquel Iceta, ha hecho este domingo las siguientes declaraciones en el diario 'La Razón': "Según los Estatutos de Autonomía, en España hay ocho naciones, y si sumamos el preámbulo de Navarra, nueve. Los Estatutos de Galicia, Aragón, Valencia, Baleares, Canarias, Andalucía, País Vasco y Cataluña dicen que son nacionalidades históricas. Nación y nacionalidad son lo mismo".
A nadie se le escapa que estas afirmaciones no son ajenas al proceso de negociación con ERC para la investidura de Pedro Sánchez. Juegan con el lenguaje desde hace días para acercar posturas. Así, lo que antes de las elecciones era una "crisis de convivencia", en alusión a la situación de Cataluña, ahora es un "conflicto político", como reivindicaban los independentistas.
Pues bien. Lo de ser nación es una cosa que tradicionalmente ha importado mucho más a los políticos de turno que a los ciudadanos. En mi opinión, los votantes aspiran a cosas más terrenales, como tener un buen salario, un trabajo digno, menos listas de espera, una política fiscal justa… También los hay que consideran importante que su Comunidad Autónoma sea una nación, pero este debate ha degenerado en algo realmente confuso.
Imagino ahora a los barones socialistas que no figuran en la lista de Iceta preguntándose en qué se va a traducir eso en la práctica, cuando en la misma entrevista el líder del PSC añade que lo que hace falta en Cataluña es "más financiación y autogobierno". También me viene a la memoria aquel debate preelectoral que organizó 'La Vanguardia' en el que Inés Arrimadas preguntaba al candidato de Podemos si Murcia era una nación y éste le contestaba airado que no, que Murcia no. Si es un tema de sentimientos y meramente cultural, digo yo que los murcianos también podrían aspirar a ser nación.
En todo caso, quizá estoy equivocada, pero no percibo que ahora mismo los ciudadanos esperen con ansia que los políticos les digan si lo suyo es una nacionalidad o son solamente una mísera Comunidad Autónoma. De hecho, hace tiempo que, al menos es la sensación que yo tengo, la prioridad de los votantes es que sus representantes públicos dejen de mirarse los ombligos, superen el fanatismo y empiecen a pensar en los problemas reales de la sociedad. Es estupendo que haya personas para las que es importante ser una nación de naciones, pero que no se les olvide que luego están también todos los demás.