Las campañas duran cada vez más; concretamente, desde que se celebran unas elecciones hasta que se convocan las siguientes. Por eso, es fácil caer en el hastío, incluso cuando la cita con las urnas se presupone tan emocionante y tan trascendente como la de Madrid el 4 de mayo. Todo es campaña, todo está orientado desde el primer día de legislatura a conseguir votos suficientes para la siguiente y cada vez con mensajes más simplistas.
Por ejemplo, Díaz Ayuso ha elegido para la ocasión el mantra de "socialismo o libertad", como si ahora el PSOE fuera un partido muy peligroso con el que volveríamos a la era del taparrabos. Además, y a sabiendas de que a casi todos nos gusta ir a tomar una caña a una terraza, ha hecho de la apertura de la hostelería otro de los ejes centrales de su campaña. Y sí, es cierto que ella ha apostado desde el principio por hacer posible de alguna manera algo de vida social, pero puede pasarse de frenada con afirmaciones como la que hacía este fin de semana en 'El Periódico de Cataluña': "Si hubiera cerrado bares, habría habido disturbios". Una cosa es defender, como ha hecho, que la posibilidad de interactuar con más gente es positiva para la salud mental y otra presentar a los ciudadanos como personas inmaduras que incendian contenedores si no pueden beberse un tercio.
Del otro lado está Pablo Iglesias, que sigue instalado en el discurso de los de arriba y los de abajo, sin ser plenamente consciente de que él ya se parece más a los primeros, que a los segundos. El líder de Unidas Podemos no tiene la misma legitimidad que cuando empezó para ridiculizar a la casta. Es poco creíble. La candidata de Más Madrid, coincidiendo con el inicio oficial de la campaña, se ha ido a perrear ante las cámaras. Reconozco que me chocó mucho el cambio de perfil, de una persona que centraba su mensaje en denunciar las limitaciones de nuestra sanidad, que ella conoce bien, a una candidata que de pronto se presentaba ante los madrileños moviendo la pelvis.
Y qué decir de Ciudadanos. Los de Inés Arrimadas llegan a estas elecciones completamente achicharrados, buscando un hueco en el que convencer a sus votantes de que siguen siendo un partido útil. Los de VOX necesitan el ruido para entrar en la Asamblea. Lo último ha sido un vídeo electoral en el que Rocío Monasterio torea con Morante de la Puebla, mientras Santiago Abascal se fuma un puro. Muy españoles y mucho españoles, pero poca gestión.
He querido dejar para el final al candidato del PSOE. Ángel Gabilondo ha intentado hacer de su sosería una virtud. Y no está mal visto lo de presentarse como una persona seria y poco estridente, pero dadas las circunstancias es poca cosa. De hecho, es Pedro Sánchez quien está protagonizando los mítines confrontando directamente con Ayuso y achicando, de paso, el espacio de Pablo Iglesias. A ratos, ha llevado incluso la contraria a su propio candidato. A mí la campaña ya se me está haciendo larguísima y ellos corren el riesgo de que les pase también. Es como vivir con la sensación permanente de que vienen a salvarnos de las garras del rival cuando, en muchos casos, sólo persiguen su propia supervivencia en los puestos de poder. Qué empacho de momentos históricos.