En el último informe del IPCC, que es el panel que representa el consenso científico sobre el cambio climático, se mencionan dos posturas como formas válidas de mitigarlo. Una es el decrecentismo, la otra es el desarrollo sostenible. Ambas posturas tienen algunas cosas en común, también numerosas incompatibilidades, sobre todo en lo que concierne al crecimiento económico y a qué se entiende por progreso y bienestar.

A grandes rasgos se podría decir que el desarrollo sostenible es tecno-optimista. Por el contrario, el decrecentismo sería tecno-pesimista. Los primeros confían en que la ciencia y la tecnología nos permitirá lidiar con el calentamiento global sin desarticular el bienestar socioeconómico, mientras que los segundos abogan por parar las máquinas y redefinir el bienestar.

El decrecentismo, acrecimiento o teoría del decrecimiento defiende, entre otras cosas, reducir el consumo y la producción global y adoptar medidas de racionamiento energético. Es además una teoría que rechaza el crecimiento económico, se opone a la economía liberal y se considera anticapitalista. Propone otras formas de medir el bienestar, independientes del PIB. Afirma que la conservación del medio ambiente no es posible sin reducir la producción, asumiendo que ya se ha superado la capacidad de regeneración natural del planeta.

El decrecentismo se considera contrario al desarrollo sostenible, pues lo tilda de oxímoron: si hay desarrollo este no puede ser sostenible. Es habitual entre sus defensores escuchar afirmaciones del tipo "no puede haber un crecimiento infinito en un planeta con recursos finitos". Los decrecentistas más entusiastas a menudo decoran esta afirmación con alusiones a las leyes de la termodinámica. Esa afirmación es falaz y se puede desmontar con un argumento sencillo: la mayoría de los paneles solares actuales tienen una eficiencia energética en torno al 30%, es decir, transforman en energía aprovechable el 30% de la energía solar que llega hasta ellos. Sin embargo, los paneles solares de tercera generación aumentarían la eficiencia hasta el 40%. Es cierto que todavía hay mucho margen de mejora, pero la lectura importante de esto es que la innovación científica y tecnológica permite obtener mayor rendimiento a partir de los mismos recursos. En eso consiste el desarrollo sostenible.

El desarrollo sostenible aboga por una sociedad donde las condiciones de vida y los recursos se utilizan para continuar satisfaciendo las necesidades humanas sin socavar la integridad y la estabilidad del sistema natural. También se puede definir como el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras.

Es muy fácil hablar de parar o decrecer cuando crees que a ti no te va a cambiar la vida de forma significativa. ¿A qué parte de la población le afectarían más los recortes? A los de siempre. Quienes opinan que el decrecimiento es una opción bondadosa, es porque el bienestar nunca ha sido una preocupación para ellos.

No obstante, dejar de consumir como zombis no es sinónimo de decrecer. Hay que ser muy precisos con el lenguaje para evitar malentendidos y tergiversaciones interesadas. El desarrollo sostenible tampoco va de seguir consumiendo 62 millones de toneladas de ropa de algodón reciclado al año. Hay razonamiento más allá de las semánticas manipuladoras. El consumo responsable es común al decrecimiento y al desarrollo sostenible.

El desarrollo sostenible va de usar la ciencia y la tecnología para proporcionar energía limpia y agua potable a todo el planeta, no de comprar una camiseta a la semana hecha de botellas recicladas.

El desarrollo sostenible lleva implícita una etiqueta de progreso y bienestar. También de crecimiento económico. La innovación científica y tecnológica se considera la clave para lograr hacer un uso responsable y eficiente de los recursos.

Como química ligada a la innovación científica opino que el desarrollo sí puede ser sostenible, y que es la mejor forma de mitigar el cambio climático sin comprometer el bienestar. La ciencia de materiales, la física nuclear, la inteligencia artificial o la genética son campos de conocimiento fundamentales para lidiar con el cambio climático. Hay muchos ejemplos, así que voy a citar algunos de cada una de estas áreas.

La ciencia de materiales es un campo de la química que nos está permitiendo obtener desde refrigerantes sólidos a plásticos fotoselectivos. En unas décadas gastaremos más energía en enfriar que en calentar. El problema de los refrigerantes fluidos es que son fluidos, pueden escapar a la atmósfera contribuyendo al calentamiento global y a la destrucción de la capa de ozono. Los refrigerantes sólidos vienen a resolver esos problemas.

El agua es potable gracias a la química. Además, en los países en vías de desarrollo se usan materiales que potabilizan el agua por contacto, mediante fotocatálisis.

Otros materiales aliados son los plásticos. Por ejemplo, los invernaderos nos permiten cultivar de forma más eficiente, aprovechando mejor los recursos hídricos y el terreno. Se usan plásticos fotoselectivos, que son transparentes a la radiación solar fotosintética y opacos a la infrarroja, de modo que conservan el calor al mismo tiempo que seleccionan la radiación que las plantas necesitan para crecer. Además son inertes, no desprenden partículas contaminantes, son duraderos (resisten hasta cuatro campañas bajo el sol) y son reciclables.

Los plásticos también sirven para conservar mejor los alimentos y prolongar su vida útil, reduciendo el gasto energético derivado de su conservación, sobre todo durante el transporte. También reducen el desperdicio alimentario.

La Inteligencia Artificial (IA) permite desde el uso y reparto eficiente de la energía hasta la optimización de cultivos. La IA permite cruzar infinitud de datos en tiempo récord, de modo que se puedan tomar decisiones rápidas con mayor probabilidad de éxito. Aplicado al modelo energético, la IA reduce las pérdidas de energía, prevé cuándo y dónde se necesitará más energía, y de haber sobrantes, los derivará a actividades útiles. Aplicado a la agricultura, sirve por ejemplo para calcular con exactitud cuánta agua de riego se necesita en cada momento. En ambos casos, la IA nos ayuda a optimizar los recursos y a evitar el despilfarro.

La genética permite seleccionar alimentos más nutritivos y sostenibles. Gracias a los conocimientos en ingeniería genética se han obtenido frutas, verduras o cereales que requieren menor cantidad de terreno, de agua, de calor, de radiación solar e incluso de fitosanitarios. También se han obtenido frutos con mayor aporte de nutrientes y vitaminas esenciales que de otro modo serían difíciles de obtener. El cereal más conocido es el arroz dorado, un arroz con vitamina A.

Además de la genética, la IA y la ciencia de materiales han hecho que la agricultura sea hoy en día más eficiente, segura y sostenible que nunca.

Gracias a la física nuclear tenemos centrales nucleares que proporcionan energía limpia y en abundancia, siendo una de las fuentes de energía más eficientes que conocemos. La energía nuclear, sumada a las energías renovables, nos harían menos dependientes de los combustibles fósiles, entre ellos el gas. Además, se reducen las emisiones de gases de efecto invernadero.

Cuanto más difíciles son los retos a los que nos enfrentamos, más necesaria es una apuesta rotunda por la investigación científica y la innovación. Las alertas catastrofistas, el decrecimiento o parar máquinas no es la solución. Trabajar, sí. Toca trabajar, no rendirse.

Es importante que todo el mundo conozca las aplicaciones de la ciencia y la tecnología para lidiar con el cambio climático. Oponerse a ellas nos dejaría sin herramientas, sin oportunidades. Hay dos actitudes extremas con respecto al cambio climático: los que lo niegan y los que creen que el colapso es irremediable. Sin embargo, la ciencia, además de ofrecer soluciones, nos proporciona un optimismo sensato. Lo revolucionario hoy en día es hacer que el optimismo sea posible, no que el pesimismo sea convincente.