Desde que se empezaron a notar los terribles efectos de la Navidad no han dejado de preguntarme cuál es mi opinión sobre la conveniencia de un nuevo confinamiento domiciliario. No lo tengo nada claro. No creo que sea la gran solución, y ni mucho menos la única. Hay otras medidas que se pueden tomar sin tener que llegar a esa, sin un impacto tan destructivo, y sobre las que se ha podido acumular suficiente evidencia científica acerca de su eficacia.
Desde que la incidencia acumulada (casos por cada 100.000 habitantes en 14 días) ha superado la cifra crítica de 500, ha sobrevolado la idea de que un confinamiento domiciliario breve y acotado, de dos semanas o como mucho un mes, sería la solución. Esta idea se ha presentado como si fuese la opinión experta de los científicos. Desde un punto de vista estrictamente epidemiológico, claro que un confinamiento serviría para romper la cadena de contagios, pero hay otras ciencias que se deberían tener en cuenta para valorar el coste real en vidas de una decisión tan extrema, como las ciencias sociales, las ciencias del comportamiento o la economía.
Tengo la sospecha de que quien defiende que el confinamiento es la mejor solución, es porque cree que se lo puede permitir, que podría teletrabajar o dejar de trabajar un mes y aun así su vida no sufriría una gran alteración. Es una perspectiva corta de miras y de empatía. Lo que sucede alrededor acabará afectando a todos, incluso a los que ahora están en una situación acomodada.
Efectos colaterales del confinamiento
Antes de la declaración de la pandemia, en España había 3.253.853 personas en paro y se estimaba que el PIB creciese en 2020 un 1,9%. El coronavirus echó por tierra todas las previsiones. En el segundo trimestre de 2020 el PIB cayó un 21,1% y el total de parados en enero de 2021 es de 3.888.137 personas. Una cifra que podría seguir subiendo con un segundo confinamiento. Esto se traduce en pobreza y por tanto en vidas.
Hace meses que se habla de fatiga pandémica para hacer referencia al coste psicológico de la situación y cómo afecta el aislamiento a la salud mental. La frustración, la soledad, la incertidumbre y las preocupaciones sobre el futuro son reacciones comunes y representan factores de riesgo bien conocidos para varios trastornos mentales, incluida la depresión y los trastornos de ansiedad y estrés postraumático. El confinamiento también ha perjudicado a la salud por los cambios en el comportamiento nutricional y por las limitaciones para hacer ejercicio.
El confinamiento de marzo y todo lo que se vino después sacó las vergüenzas de las desigualdades sociales. El teletrabajo no es siempre una opción viable y la educación online tampoco. La brecha digital afecta a un millón de personas que, por problemas socioeconómicos o bien no tienen dispositivos adecuados o no tienen conectividad a internet en casa. Hay muchos trabajos que no se pueden hacer de forma telemática, y al no ser considerados esenciales, simplemente desaparecen con el confinamiento. Los trabajos que sí se podrían desempeñar desde el hogar se encuentran con la barrera de la falta de conciliación: todos trabajan en la misma casa, mientras los niños tienen clases online y hay que atender a las personas dependientes. Los cuidados siguen recayendo especialmente en las mujeres, que se han visto obligadas a renunciar a parte de su actividad profesional o a abarcar más de lo tolerable, contribuyendo a incrementar las desigualdades de género. Personas que han tenido que convivir con su maltratador, personas dependientes y de avanzada edad que han sufrido abandono… por enumerar algunas de las más graves.
Para tomar el pulso económico del país, no hay más que dar un paseo y observar la cantidad de negocios que han echado el cierre. Es un daño visible, pero también hay daños estructurales que irán saliendo a la luz. Por poner un ejemplo que conozco, el de los comercios de moda: muchos han cerrado, han reducido sus plantillas, han perdido clientela y no han podido dar salida a la mercancía, llegando a solapar las campañas de las temporadas de 2020 con las de 2021 porque apenas hay nueva creación y la producción es menor y de peor calidad. El ahorro de costes ha sido el único salvavidas. Es como si 2020 hubiese sido un año en blanco, en el que con suerte algunos han sobrevivido, muchos han perdido y prácticamente ninguno ha ganado. Que tantos pierdan implica que todos pierden: la recaudación pública también ha sido menor y esto repercute en la seguridad y asistencia social, en las infraestructuras, en la sanidad, en la ciencia, en la educación…
La evidencia científica sobre la idoneidad de un confinamiento para aliviar la situación epidemiológica no es tan abrumadora como se ha dado a entender. Hay todo un conjunto de medidas diferentes que sí han demostrado ser eficaces. A lo largo de la pandemia se ha podido evaluar el impacto de muchas de ellas, así que lo que en marzo parecía la única solución, ahora se ha averiguado que no lo era. La experiencia ha servido al menos para eso, para aprender de los errores cuando no se sabía que lo eran, y para asirse a los aciertos cuando no se tenía la certeza de que lo fueran.
Medidas basadas en dar
Hay toda una serie de estrategias menos destructivas que han demostrado ser más útiles que la estrategia única del confinamiento domiciliario. La mayoría se basan en dar, no solo en restringir.
El rastreo de casos y las cuarentenas individuales han servido para contener la propagación. Cuantos más test se realicen, mejor.
El estudio de las vías de transmisión ha contribuido a tomar medidas más ajustadas a la realidad de lo que se creía en un principio: la ya probada transmisión del virus a través de aerosoles ha sido clave. Por eso en los espacios abiertos y poco concurridos apenas suceden contagios. Hay que reducir los tiempos de permanencia en espacios cerrados, hay que forzar la ventilación y usar mascarillas de calidad.
Para garantizar la correcta ventilación las administraciones deben facilitar medidores de CO2 en instituciones, museos o centros de enseñanza, y frenar el mercado de dispositivos fraudulentos y mal empleados para la supuesta limpieza del aire. El uso de mascarillas también ha demostrado ser más eficaz de lo que se teorizaba en marzo, por lo que las administraciones deberían facilitar el acceso a mascarillas de calidad y controlar el mercado de mascarillas fraudulentas.
Para evitar espacios cerrados y concurridos, tanto administraciones como empresas deben facilitar el teletrabajo siempre que este sea posible, y adecuar las instalaciones y los medios de transporte para que garanticen la distancia y la ventilación.
Las personas cuya situación socioeconómica es más delicada tienen tres veces menos posibilidades de autoaislarse y seis veces más probabilidad de salir y someterse a situaciones de riesgo. La menor adherencia a las recomendaciones sanitarias tiene más que ver con la falta de recursos que con una menor motivación psicológica. Por eso las ayudas económicas a personas con pocos recursos, o que no pueden acudir al trabajo o mantener su actividad económica, han ayudado a frenar la transmisión del virus.
La comunicación científica también ha demostrado ser de gran utilidad, sobre todo la que adapta el fondo y la forma al destinatario. Por eso las recomendaciones sanitarias que se dan desde las autoridades deben contar con altavoces eficaces y explicaciones claras y transparentes de su fundamento científico.
Otra de las grandes medidas que consisten en dar, y que servirá para aliviar la situación en el futuro, son las vacunas. Hay que vacunar con celeridad al mayor número de personas posible. Ya hay varias vacunas aprobadas y en distribución; ahora toca echar mano de todo el músculo sanitario y logístico del país para estar a la altura.
Medidas basadas en restringir
Las medidas restrictivas como las limitaciones severas de reunión en espacios cerrados y las restricciones a la movilidad (tanto nacional como internacional) también han demostrado ser eficaces. Desgraciadamente se ha podido comprobar que la estrategia contraria, la que se ha seguido en Navidad, ha sido un rotundo fracaso. Las administraciones han permitido aquello que menos se debía hacer y muchas personas han elegido lo que se podía hacer en lugar de lo que se debía hacer: reuniones de no convivientes en espacios cerrados, mal ventilados, durante largo tiempo y sin uso continuado de mascarilla. La gravedad de la situación sanitaria actual es en gran medida consecuencia de las Navidades.
Las medidas restrictivas no deben aplicarse por igual en todas partes, sino que deben irse adaptando a la situación epidemiológica de cada territorio y a sus particularidades socioeconómicas. Cierres perimetrales, limitaciones a la movilidad, reducción drástica de aforos, reducción de horarios y actividades de alto riesgo de transmisión son medidas efectivas que pueden aplicarse en diferente grado según sea necesario, sobre todo en situaciones de extrema gravedad como la actual. El confinamiento domiciliario sería el último recurso.
Por todo esto no tengo nada claro que el confinamiento domiciliario sea la solución. Desde luego no es la única ni es la mejor. Lo que sí tengo claro es que además de restringir, hay muchas medidas que consisten en dar sobre las que hay una abundante evidencia científica.