Las situaciones excepcionales requieren de actuaciones excepcionales. Afortunadamente estos últimos días han surgido cientos de iniciativas solidarias. La mayoría arrimamos el hombro, cada uno desde su parcela de poder y conocimiento.
Hay laboratorios dermatológicos que han adaptado sus fábricas para elaborar gel desinfectante. Empresas del sector textil se han puesto a fabricar mascarillas quirúrgicas siguiendo los protocolos sanitarios. Empresas de logística que han elegido ayudar a que las cosas lleguen a tiempo a donde tienen que llegar. Servicios sociales y de limpieza que han doblado actividad. Vecinos convertidos en asistentes voluntarios de las personas de riesgo que viven en su barrio. Trabajadores de la industria alimentaria, del sector energético, de las telecomunicaciones, transportistas… que tratan de que todos continuemos con la dignidad normal de nuestras vidas. Profesionales sanitarios recompensados con aplausos a las ocho de la tarde.
Lo mejor de esta terrible situación es lo de siempre: la condición humana.
Quien quiere ayudar, ayuda, con lo que puede y con lo que sabe. No obstante, las buenas intenciones no siempre son las más adecuadas. Por ejemplo, a la vista de la escasez de mascarillas, tanto quirúrgicas como de protección, estos días un gran número de modistos, diseñadores y sobre todo aficionados a la costura han decidido ayudar fabricando mascarillas caseras de tela. La iniciativa es bonita, sin duda. Y tiene un enorme valor simbólico. Pero desde el punto de vista sanitario, que es el que nos ocupa, las mascarillas caseras son inútiles y, en muchos casos, contraproducentes. Es una cuestión de tamaño.
Uno de los vehículos de contagio del covid-19 son las gotitas que expulsamos al hablar, toser, estornudar y respirar. Estas gotitas pueden transportar los virus de un individuo a otro, con un radio de actuación que podría ser relativamente alto, de ahí la recomendación de las autoridades sanitarias de mantenernos a unos 2 metros de separación.
Dependiendo del tamaño de estas gotitas, la peligrosidad es diferente. Se clasifican en dos tipos: gotas de Flügge y núcleos goticulares de Well.
Imagen propia
Las gotas de Flügge fueron descritas en la década de 1890 por el bacteriólogo Carl Georg Friedrich Wilhelm Flügge quien demostró que al hablar expulsamos pequeñas gotas que permanecen cierto tiempo en el aire que nos rodea. Este hallazgo fue fundamental para que el cirujano Jan Mikulicz Radecki promocionara el uso quirúrgico de mascarillas en 1897. En la actualidad son un elemento de uso obligado en muchas prácticas clínicas.
Las gotitas de Flügge tienen un tamaño de 10 a 100 μm, y pueden permanecer hasta 30 minutos en el aire en suspensión, lo cual les permite ingresar hasta la vía aérea pequeña y sacos alveolares y producir el contagio.
Los núcleos de Well son más pequeños, de menos de 5 μm. Se consideran aerosoles. Son una suerte de gotas de Flügge evaporadas o medio degradadas. Estos núcleos goticulares pueden contener virus, mantenerse en el ambiente durante horas y por su tamaño pueden desplazarse a más distancia que las gotas de Flügge. Hay que tener en cuenta que los coronavirus no viajan solos, necesitan estos medios de transporte para transmitir la infección.
También es importante conocer los tamaños de los diferentes virus y bacterias. Por ejemplo, los coronavirus tienen un diámetro comprendido entre los 50 y 150 nm. El nanometro (nm) es la milmillonésima parte de un metro. Si lo comparamos con el grosor de un pelo, en la sección de un pelo —es decir, a lo ancho, no a lo largo— cabrían 1.000 coronavirus en fila. Es por eso que los coronavirus solo son observables mediante técnicas de microscopía avanzadas, como la criomicroscopía electrónica.
Todos estos conocimientos sobre el tamaño del virus y del vehículo en que se trasporta son imprescindibles para elegir qué tipo de protección se necesita en cada caso. Actualmente, las recomendaciones de las autoridades se pueden resumir en: mascarilla quirúrgica para personas infectadas o posiblemente infectadas, y mascarillas de protección FFP2 o FFP3 para personal sanitario.
Mascarilla quirúrgica
Las mascarillas quirúrgicas tienen como finalidad evitar la transmisión de agentes infecciosos por parte de la persona que las lleva. Están diseñadas de dentro hacia fuera para evitar la diseminación de microorganismos normalmente presentes en la boca, nariz o garganta y así evitar contagiar a otras personas. Se regulan por la norma europea UNE-EN 146-83:2019+AC.
En esta norma figuran los requisitos mínimos para considerar una mascarilla quirúrgica, desde materiales, diseño con adaptabilidad al rostro, medida de la respirabilidad y medida de la eficacia de filtración bacteriana (ensayo BFE).
Mascarilla de protección FFP2
Las otras, las mascarillas de protección, tienen como finalidad proteger al usuario frente a la inhalación de contaminantes y patógenos, entre ellos virus. Están diseñadas para trabajar de fuera hacia dentro. Es decir, evitan que nos contagiemos.
Las mascarillas de protección son autofiltrantes para partículas o aerosoles. La norma europea UNE-EN 149 establece 3 categorías o niveles de protección (FFP1, FFP2, FFP3) en función de la eficacia de filtración. FFP1 tiene una eficacia de filtración del 78%, FFP2 del 92% y FFP3 del 98%.
La Organización Mundial para la Salud recomienda el uso para procedimientos de aislamiento o con posible generación de aerosoles infecciosos (entre ellos el coronavirus) una mascarilla protectora con una eficiencia de filtración de al menos el 95% para partículas de 0,3 μm de diámetro. Esto equivale a una mascarilla N95 según normativa americana NIOSH. Como la normativa americana no equivale a la europea, este nivel de protección se queda de camino entre la FFP2 y FFP3.
Las mascarillas caseras de tela no tienen punto de comparación con las N95, ni siquiera con las mascarillas quirúrgicas. Las telas, tanto si se trata de un tejido plano como de punto, están formadas por hilos tejidos. Entre estos hilos hay huecos, en su mayoría visibles a simple vista. Los huecos están en la escala de los milímetros, con suerte los tejidos planos muy tupidos reducen la escala. Pero en ningún caso un tejido va a alcanzar el nivel de filtrado requerido para bloquear las gotículas y aerosoles en los que viaja el virus. Ni siquiera todos los tejidos no tejidos (TNT), formados por fibras prensadas en lugar de hilos tejidos, como el fieltro, la rafia o los textiles de polipropileno, pueden ofrecer un poder filtrante significativo.
La eficacia de las mascarillas caseras se ha evaluado a través de estudios científicos como este publicado en Disaster Medicine and Public Health Preparedness. Se examinaron las mascarillas caseras como una alternativa posible a las mascarillas comerciales. Para ello se evaluó la capacidad de varios materiales domésticos para bloquear aerosoles bacterianos y virales. Veintiún voluntarios sanos hicieron sus propias mascarillas faciales con diferentes materiales y adecuándose al diseño capa sobre capa de las mascarillas quirúrgicas, y se comparó su eficacia con la de una mascarilla quirúrgica y con la ausencia de mascarilla. Lo que hicieron fue muestrear el aire alrededor de los voluntarios. El resultado fue que la mascarilla quirúrgica fue 3 veces más efectiva para bloquear la transmisión que la mejor mascarilla casera. La conclusión a la que llegaron los autores de la investigación es que las mascarillas caseras no son recomendables y solo deberían considerarse como último recurso.
En el estudio se analizaron mascarillas caseras de tejido plano de algodón, tejido de punto de algodón, toalla, seda, lino, hasta telas antimicrobianas de fundas de almohada. Ninguna de ellas ofreció una capacidad de filtración adecuada. Todos estos tejidos resultan prácticamente inútiles como mascarillas. Hay que tener en cuenta que el tamaño de los poros de estas telas es varios órdenes de magnitud mayor que el de los aerosoles y el de los virus. Si lo ponemos a escala, es como si los virus tuviesen que atravesar orificios entre mil y un millón de veces más grandes que ellos. Es decir, no son obstáculos.
El único material del estudio que dio unos resultados de filtración aceptables fue el filtro de aspiradora. No obstante, este ensayo se hizo con bacterias de tamaño similar a los virus de la gripe, entre 0,75-1,25 µm. Los coronavirus tienen un tamaño muy inferior, entre 0,05-0,15 µm, con lo que cabe esperar que la eficacia de estos filtros sea mucho menor.
En la fabricación de mascarillas caseras hay que asumir otros riesgos añadidos: ¿El lugar de fabricación cumple con las condiciones de higiene? ¿Quiénes cosen y distribuyen mascarillas caseras se han limpiado las manos correctamente con agua y jabón o gel desinfectante? ¿Y si la persona que cose está infectada por coronavirus? ¿Podrían ser las mascarillas caseras un foco más de contagio, por lo irregular de la fabricación? Al fin y al cabo, las mascarillas se colocan en la cara, una de las dianas de infección que más deberíamos proteger. De ahí la reiterada recomendación de las autoridades sanitarias de no tocarnos la cara.
A esto hay que sumarle el peligro de la falsa sensación de seguridad. Guardar la distancia de seguridad entre personas es fundamental, llevemos mascarilla o no, sea ésta quirúrgica o casera.
En síntesis. Fabricar mascarillas caseras es un acto bienintencionado y que revela algo muy importante estos días: el valor de estar unidos, de ayudar, de ser generosos y solidarios. Pero no debemos olvidar otro valor fundamental para superar esta pandemia: la responsabilidad. Todo aquel que pueda y sepa fabricar mascarillas, que lo haga atendiendo a la normativa UNE- EN 146-83:2019+AC. De lo contrario, es mejor que no lo haga. Aunque fabricar mascarillas en casa es un gesto bonito, es un acto irresponsable.