«Hola Deborah. He metido las mascarillas en el horno para desinfectarlas y se me han chamuscado. No sé qué he hecho mal. ¿Podrías hacer un post explicando cómo se desinfectan? ¿Lo de echarles alcohol funciona? ¿Y dejarlas al sol? Te lo agradecería un montón. Estoy súper perdida y nadie sabe lo que hay que hacer». Este es un mensaje real que he recibido en mis redes sociales. Y como este recibo decenas al día.
Las recomendaciones sanitarias que debemos seguir son muy sencillas. Sin embargo, muchas personas no tienen esa percepción. Ni los métodos de desinfección, ni el uso de mascarillas, ni los test son medidas complejas de interpretar. Pero hay tal exceso de información entremezclada con desinformación que resulta complicado discernir cuál es cuál.
A continuación, una selección de los errores más comunes relativos a la pandemia de COVID-19 y las cinco principales razones por las que lo sencillo se ha disfrazado de complejo:
1. Falta de pudor
Desde el principio de esta pandemia he tenido muy claro cuál era mi papel como divulgadora científica: hacer de altavoz de las recomendaciones de las autoridades sanitarias y explicar las evidencias científicas que respaldan esas recomendaciones. La gente no quiere acatar órdenes. La gente quiere y merece entender qué es lo que está sucediendo y cómo debe actuar. No se trata de que la gente sea obediente, sino de que sea responsable.
Dicho esto. Aunque las recomendaciones de las autoridades sanitarias se han ido adaptando a las circunstancias, hay quienes han elegido actuar por libre y ofrecer recomendaciones diferentes. Algunas forzosamente respaldadas por la ciencia, y la mayoría sin ningún respaldo científico.
Esto es lo que ha sucedido con las mascarillas que, desde el principio, ha causado mucha crispación. Al inicio no se recomendaba el uso masivo de mascarillas. Esa recomendación, acertada o no, estuvo justificada en su momento, principalmente por el grave problema de desabastecimiento que nos obligó a priorizar su uso por parte del personal sanitario y de riesgo. Otra de las razones es que el mal uso de mascarillas incrementa el riesgo de contagio, así que no se puede asegurar que sea conveniente en una sociedad en la que el uso de mascarilla no forma parte de sus usos y costumbres. Otra de las razones es que la evidencia científica más sólida para evitar el contagio era y sigue siendo mantener la distancia interpersonal de al menos 2 m. Sabemos que el uso de mascarilla puede dar una falsa sensación de seguridad y provocar que la gente sea más atrevida y se acerque más de lo debido a los demás.
La distancia interpersonal de seguridad siempre ha sido la medida fundamental para evitar el contagio. El uso de mascarillas siempre ha sido una medida complementaria.
Cuando empezamos a salir del confinamiento, el problema del desabastecimiento se había resuelto. Esto sumado a las franjas horarias de salida y la alta densidad poblacional de algunos territorios, imposibilita la garantía de mantener la distancia de seguridad. Esto provocó que el uso recomendable de mascarillas se convirtiese en una obligación.
Hay dos tipos de mascarillas. Las de personal sanitario y de riesgo son las mascarillas de protección, EPI (N95, FFP2, FFP3). Los demás debemos utilizar mascarillas quirúrgicas o higiénicas, ambas homologadas. Entre ellas hay algunas diferencias que explicamos en este artículo. La más interesante de todas es que las mascarillas quirúrgicas no son reutilizables. Debemos usar una nueva cada 4 horas. No se deben desinfectar ni reutilizar.
Sí hay un tipo que son reutilizables, las que cumplen la UNE0065: mascarillas higiénicas reutilizables. Estas son las únicas mascarillas que se pueden desinfectar y reutilizar.
Ahora que estamos obligados a usar mascarilla, y no todas la economías pueden permitirse una o dos mascarillas quirúrgicas diarias, las mascarillas higiénicas reutilizables son la opción más sostenible y económica. Ofrecen garantías, ya que han superado ensayos y están homologadas, tanto por material como por diseño y confección.
Según el Ministerio de Sanidad, las mascarillas higiénicas reutilizables se pueden desinfectar de la siguiente manera:
1. Lavado en ciclo normal de lavadora a 60ºC con detergente. Con ello el detergente elimina el coronavirus, y junto a la temperatura elevada se elimina cualquier otro patógeno, restos de saliva y sudor.
2. Sumergir las mascarillas en una disolución de lejía en agua fría (30 ml por litro) durante unos 30 minutos (o tratar con cualquier viricida autorizado específico para uso textil siguiendo las instrucciones del fabricante). Aclarar con abundante agua y/o lavar con jabón para eliminar cualquier resto de producto y dejar secar al aire.
Esto se resume en una indicación muy sencilla: solo se deben desinfectar y reutilizar las mascarillas higiénicas reutilizables. Esto es lo que se ha dicho desde las autoridades sanitarias. Sin embargo, se han extendido otras indicaciones diferentes a esta y que suenan bastante disparatadas, como dejar las mascarillas al sol durante días o meterlas en el horno. Si te parece una guarrada dejar siete días al sol la camiseta sudada del gimnasio, tampoco lo hagas con una mascarilla. Es así de sencillo.
No es que la gente que deja las mascarillas al sol haya perdido el sentido crítico. Lo han hecho porque hay mucha desinformación sobre esto, además supuestamente bajo el amparo de la ciencia, lo que ha causado mayor confusión.
Es cierto que se han hecho estudios para evaluar posibles formas de desinfectar y reutilizar mascarillas. En este estudio publicado en The Lancet se midió que la máxima prevalencia del virus en una mascarilla es de 7 días. En este otro estudio también publicado en The Lancet, se midió que el virus se inactiva a partir de 70ºC. Y en este otro estudio se determinó que en mascarillas también se inactiva a esa temperatura. En Stanford también han publicado métodos de desinfección por calor para las mascarillas N95 que podrían resultar útiles para los sanitarios cuando hay desabastecimiento. La autoridad sanitaria estadounidense, la CDC, contempla estas medidas. No obstante, alerta que estos métodos no son para hacer en casa, sino en entornos profesionales.
La realidad es que las autoridades sanitarias no han aconsejado ninguno de estos métodos para público general. Hay discrepancias en los resultados y en la viabilidad de estos y otros métodos similares.
En ciencia hay una falacia que se conoce como cherry picking. Viene a decir que si tienes una convicción previa sobre algo, buscarás y te fijarás solo en aquella evidencia científica que la respalde, ignorando la que no. Si quieres justificar que dejar las mascarillas usadas al sol siete días es una buena idea, encontrarás evidencia científica que lo respalde, e ignorarás todo lo demás, hasta el sentido común.
A quien corresponde hacer las recomendaciones sanitarias es a las autoridades sanitarias. A los divulgadores científicos no nos corresponde ese papel. Por eso hacer recomendaciones no avaladas por las autoridades sanitarias responde a una falta de pudor. La situación que estamos viviendo es tan grave que hacer recomendaciones a título personal es peligroso e irresponsable.
Lo mismo ocurrió con las mascarillas de tela caseras, que algunos las recomendaron a pesar de que las autoridades sanitarias jamás las hubiesen aconsejado. Las mascarillas caseras de tela no ofrecen ninguna garantía, ni de seguridad ni de higiene. Pueden entrañar más riesgos que beneficios, por eso las autoridades sanitarias, entre ellas la Organización Mundial de la Salud, han desaconsejado su uso en todo momento. Así que quien aconseja el uso de mascarillas caseras de tela está haciéndolo a título personal, sin respaldo de las autoridades sanitarias. Está demostrando una absoluta falta de pudor.
Si la excusa es que económicamente las mascarillas quirúrgicas no se las puede permitir todo el mundo, la responsabilidad hay que exigírsela a otros. Para solventar ese problema se crearon las mascarillas higiénicas. No me atrevo a decir si es la solución óptima, pero es la que hay. Animar a las personas con menos recursos a confeccionar mascarillas caseras sin garantías es condescendiente y contribuye a normalizar la indignidad.
2. Falta de cultura científica
Qué es un virus, qué es una bacteria, qué es el ARN, qué son los anticuerpos. Según el último informe de la FECYT, más de la mitad de los españoles asegura tener dificultades para comprender la ciencia.
Esa es una de las razones por las que aspectos sencillos de esta situación resultan de gran complejidad para parte de la población. Uno de los ejemplos lo encontramos en la demanda de test para todos.
El famoso «Test, test, test!» de la OMS fue interpretado por muchas personas como una necesidad de hacer test a todos. Cuando en realidad se refiere a que es necesario hacer test de forma estratégica, que no es lo mismo. Esto puede entenderse a través de la siguiente analogía:
Si queremos saber la calidad del agua de la presa de Cecebre, no analizamos cada uno de los mililitros de agua de la presa. Sería inútil. Gastaríamos tantos recursos y nos llevaría tanto tiempo que cuando acabásemos tendríamos que volver a empezar. Un extremo de la presa que hubiese dado negativo en contaminantes, podría haberse contaminado durante el tiempo que tardamos en analizar el resto del agua. Por eso lo que hacemos en realidad es tomar muestras de agua de forma estratégica, en diferentes momentos y lugares de la presa. Analizamos esas muestras y de ahí sacamos conclusiones fiables sobre la calidad del agua.
Diseñar un buen sistema de muestreo es clave para obtener resultados fiables, optimizando el tiempo y los recursos invertidos. Lo mismo ocurre con los test. Igual que la contaminación del agua, teniendo datos de seroprevalencia de solo el 5% de la población, estamos lejos de la posible inmunidad de grupo. Además, el resultado de los test no es definitivo. Un día das negativo, luego te contagias y dentro de una semana o un mes das positivo. Si hiciésemos test a todos los españoles, en cuanto acabásemos, tendríamos que volver a empezar porque los resultados no serían definitivos. De ahí que lo importante sea hacer un diseño estratégico de test, priorizando casos sospechosos y rastreando los contactos de riesgo.
3. Desinformación como forma de negocio
El uso de dispositivos generadores de ozono y ultravioleta son peligrosos e ineficaces contra el coronavirus. El Ministerio de Sanidad también alertó sobre su uso. Pero existe tal volumen de desinformación al respecto que hay personas que lo han aprovechado para lucrarse, a costa de nuestra salud y caiga quien caiga. Distribuidores que los han colocado en empresas de limpieza, en hoteles, restaurantes, tiendas y hasta en espacios públicos, engañando a todo aquel que pudiese pagarlo. Han vendido aparatos y firmado contratos de mantenimiento. Son desinformadores, timadores, que han hecho negocio de la desinformación.
Desmentir el bulo del bulo del bulo también es otra forma de hacer negocio con la desinformación. Hay una vertiente legítima, que consiste en desmentir aquellos bulos aportando información. La otra es una burda estrategia de clickbait.
Es tan importante preguntarnos por qué se comparte un bulo como por qué se comparte el desmentido de un bulo. En esa segunda pregunta está la diferencia entre la información y el vil negocio. Si compartes un desmentido porque tú mismo te lo has creído, porque conoces a alguien que se lo ha creído y sabes que compartiendo esa información estás ayudando a los demás, perfecto. Pero si compartes un desmentido para señalar lo ignorantes que son los demás, no estás informando, estás siendo grosero. Así que el desmentido de un bulo no siempre es bienintencionado, sino una estrategia poco sofisticada de atraer audiencia. Y de paso, llamarla estúpida.
4. Falta de determinación
Siguiendo con el ejemplo anterior del ozono. Si el uso de ozono como viricida no está autorizado y su uso es peligroso, ¿por qué se está permitiendo la venta e instalación de estos dispositivos? Falta determinación por parte de las autoridades. No solo vale con publicar una nota informativa alertando de los peligros. Hay que tomar medidas y hay que hacerlo ya, antes de que esto se convierta en un problema sanitario añadido al que ya tenemos. Hasta que no se evalúe la eficacia y el modo seguro de usar ozono, no se puede permitir su uso. Y se está permitiendo. Lo mismo ocurre con el ultravioleta, y con otros desinfectantes sin avalar que se están vendiendo. También hay mascarillas irregulares en el mercado. Y sellos covid freeque algunos establecimientos están usando como reclamo. Las autoridades tienen que asumir su responsabilidad y frenar todos estos disparates. La salud de todos está en juego.
5. Errores en la comunicación
Pongo como ejemplo este titular: «La OMS no encuentra pruebas de contagio de COVID-19 por contacto con objetos». El titular es correcto, pero lo que la mayoría de la gente va a interpretar es erróneo. Que no haya pruebas de contagio por contacto, no quiere decir que no sea posible contagiarse por tocar un objeto. De hecho, la evidencia científica nos dice que sí es posible.
La declaración de la OMS solo significa que no hay ningún caso en el que se sepa con certeza que el contagio fue a través de un objeto. De hecho, no se sabe con certeza cómo se ha contagiado prácticamente nadie. Por eso la OMS sigue recomendando mantener las medidas de higiene, evitar el contacto con objetos y desinfectar las superficies.
Que no haya pruebas sobre algo significa solo eso, que no hay pruebas. No podemos afirmar que se hayan producido contagios por contacto, pero de esto no podemos concluir lo contrario, que no se hayan producido. En lógica, a esto se le llama argumento ad ignorantiam. Esto se resume en una frase: «La ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia».
Para comunicar ciencia, además de cultura científica, hace falta conocer la cultura científica de la audiencia y prever qué es lo que se va a entender. Hay que tener bien ajustada la vara de medir. En una situación tan complicada y grave como la que estamos viviendo, lo que menos se necesita es contribuir a la confusión.