Toda la evidencia científica acumulada hasta la fecha no nos permite afirmar que una persona esté inmunizada frente al nuevo coronavirus. Actualmente no sabemos si las personas que se han recuperado de la COVID-19 y tienen anticuerpos estén protegidas frente a una segunda infección. Por esa razón la Organización Mundial de la Salud desaconseja la implantación del «pasaporte inmunológico».
Los test que estamos utilizando para detectar la presencia de anticuerpos son los test serológicos. Sin embargo, la sensibilidad y la especificidad de estos test es limitada, así como la información que podemos extraer de ellos, por eso se combinan con los resultados de otros test como la RT-PCR.
Para entender esto, primero vamos a ver en qué consiste un test serológico y qué son los anticuerpos.
Cuando el virus logra penetrar en nuestras células e infectarlas, lo primero que hace el organismo para defenderse es dar una respuesta inmunitaria no específica. Es decir, envía a macrófagos, neutrófilos y otras células que ralentizan el progreso del virus, llegando incluso a evitar que desarrollemos síntomas. Tras esta respuesta no específica, se produce una respuesta adaptativa en la que el organismo produce anticuerpos que se unen de forma específica al virus para marcarlo y destruirlo. Lo que hace el organismo es detectar unas proteínas concretas de la superficie del virus (antígenos) y unirse a ellas a través de los anticuerpos. Es decir, se produce un acoplamiento entre el antígeno del virus y el anticuerpo que produce nuestro sistema inmune. Esto se conoce como reacción antígeno-anticuerpo.
La respuesta combinada entre la respuesta inmunitaria no específica y la específica con anticuerpos pueden eliminar el virus y, si son lo suficientemente fuertes, pueden prevenir la progresión a una enfermedad grave o la reinfección.
Los anticuerpos son proteínas llamadas inmunoglobulinas. Hay dos que nos interesan especialmente: las IgM y las IgG. Primero se producen anticuerpos del tipo IgM hasta alcanzar un máximo a los 7-10 días y son indicativos de una infección aguda. En segundo lugar se producen los anticuerpos de tipo IgG, que permanecen más tiempo en la sangre.
Estos anticuerpos permanecen en la sangre incluso tras superar la infección. Lo que se hace en las pruebas serológicas es extraer los anticuerpos de una muestra de sangre y exponerlos a las proteínas del virus (antígenos). Si se unen significará que el paciente ha sido infectado por el virus.
El mecanismo parece sencillo, pero tiene unas cuantas limitaciones. Una de ellas es que son poco específicos. Hay personas que pueden tener anticuerpos que den falsos positivos. Por ejemplo, hay cuatro coronavirus humanos diferentes que producen resfriados comunes y que circulan ampliamente, mucho menos problemáticos que el SARS-CoV-2 que produce la COVID-19. Podrían dar positivo en una prueba serológica.
El test serológico tampoco discrimina si la persona está infectada ahora, o lo ha estado en el pasado, o solo ha estado en contacto con el virus y no ha desarrollado síntomas. También puede dar negativo una persona que sí está infectada porque los anticuerpos tardan días en aparecer.
Por todos estos motivos es fundamental cotejar el resultado del test serológico con la RT-PCR que sirve para detectar la presencia del virus en nuestro organismo. Es la única manera de determinar el estado de la enfermedad con más precisión.
De todas formas, aunque el resultado de los test combinados indique que el paciente ya ha superado la enfermedad (RT-PCR negativa y serología positiva) no podemos asumir que esté inmunizado contra la COVID-19.
La mayoría de los estudios muestran que las personas que se han recuperado de la infección tienen anticuerpos contra el virus. Sin embargo, solo disponemos de estudios preliminares y estos apuntan a que algunas de estas personas tienen niveles muy bajos de anticuerpos, lo que sugiere que la inmunidad no está garantizada y podrían volver a contagiarse.
Actualmente ningún estudio ha confirmado si la presencia de anticuerpos contra el SARS-CoV-2 otorga inmunidad. Todavía no sabemos prácticamente nada sobre esto. No sabemos qué niveles de anticuerpos podrían garantizar la inmunidad, si los anticuerpos son verdaderamente neutralizantes, si hay otros mecanismos o anticuerpos o agentes protectores, ni por cuánto tiempo nos inmunizarían.
De todas formas, lejos de producir desasosiego, todo esto se está analizando también en clave positiva. Ya hay estudios prometedores que apuntan que la inmunidad que parecen mostrar niños y jóvenes, o al menos la escasa gravedad de la enfermedad que desarrollan, podría estar relacionada con un fenómeno conocido como «inmunidad cruzada». De momento es una hipótesis. Se especula que los anticuerpos generados por el sistema inmune para combatir a otros coronavirus menos preocupantes, como los que producen algunos resfriados, podrían estar inmunizando a algunas personas frente al SARS-CoV-2. Los niños y los jóvenes son quienes más a menudo contraen este tipo de resfriados comunes. Los anticuerpos que generan permanecen en el organismo al menos 40 semanas. De confirmarse algo así, el escenario al que nos enfrentamos mejoraría radicalmente, así que es razonable seguir profundizando en esta hipótesis a través de más estudios.
En algunos territorios se baraja la posibilidad de otorgar «pasaportes inmunológicos» a aquellos que han superado la COVID-19. Serían los primeros en volver a la vida normal, salir del confinamiento, trabajar o viajar. Los primeros en disfrutar de libertad en la «desescalada». Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud, junto a otras autoridades sanitarias como la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene, se han opuesto a esta medida. Consideran que estos pasaportes pueden aumentar los riesgos de transmisión continua y promover actitudes temerarias debidas a una falsa sensación de seguridad.
Ahora mismo no existe ninguna evidencia científica sólida que garantice que las personas que han superado la COVID-19 tengan la inmunidad. Al menos de momento.
No obstante, aunque ningún test garantice la inmunidad, la realización sistemática de test es fundamental para entender la evolución de la enfermedad y de la pandemia. Los test nos permitirán saber si los repuntes están afectando a personas que ya han pasado la enfermedad. Y si lo hacen, en cuánto tiempo y con qué gravedad. Cómo evolucionan los enfermos y las personas con las que conviven, lo que nos podría permitir trazar un mapa de transmisión del virus. También nos ayudarán a evaluar si la hipótesis de la «inmunidad cruzada» es cierta. Sea como sea, cuantos más test hagamos, y mejor estén diseñadas las estrategias de muestreo, más conocimiento acumularemos. La calidad de las decisiones que tomemos dependerá de la solidez del conocimiento que generemos.