El coronavirus que causa la enfermedad COVID-19 solo lleva unos meses entre nosotros, así que es natural que no lo sepamos todo sobre él. Estamos investigando a contrarreloj. Eso tiene sus ventajas y sus desventajas. Tanto para la transmisión de la información como para la generación de conocimiento. Garantizar información y conocimiento de calidad resulta especialmente complejo en una situación como esta.

La mayoría de los artículos científicos sobre la COVID-19 son de libre acceso. Esto es poco frecuente en ciencia. Se ha hecho así por la gravedad de la situación. Por resumir el proceso de publicaciones científicas: un equipo de investigación realiza un estudio científico. De ese estudio obtiene resultados positivos o significativos. Con esa información elabora un paper, es decir, un artículo científico. En ese artículo se explica en qué ha consistido el estudio, qué han hecho, por qué lo han diseñado así, en qué otros papers se han basado para hacerlo así, qué resultados han obtenido, y cuáles son las conclusiones a las que han llegado. El paper se envía a una revista científica. Si la revista considera que el estudio es interesante, se lo envía a otros investigadores, preferentemente de áreas de conocimiento afines. Los investigadores afines se llaman pares. Los pares se encargan de verificar si el estudio está bien hecho. A esto se le llama revisión por pares. Pueden rechazar el paper, aceptarlo, o medio aceptarlo, es decir, que el estudio parece que está bien pero habría que corregir o revisar algunas partes. Si el estudio es aceptado, la revista lo publica. Et voilá, ya tenemos un paper.

Todo el proceso hasta llegar a publicar un artículo científico puede llevar meses o años. Incluso hay papers que se han publicado y tiempo después se han detectado errores, por lo que la revista puede proceder a retirarlos. Con esto podemos concluir que la ciencia se autocorrige.

El sistema tiene sus defectos y sus perversiones, pero así es como funciona. Al menos nos permite entender cómo es posible que algo que consideramos cierto en el pasado, puede que hoy lo consideremos falso o incierto. Porque cuanta más ciencia hacemos, más cosas sabemos, y más cosas sabemos que no sabemos. Acumulamos certezas e incertezas. Ambas construyen conocimiento.

Durante esta pandemia el sistema de papers se ha visto alterado. La urgencia de la situación y la necesidad de compartir todo lo que se va descubriendo hace que nos saltemos algunos pasos de la verificación. Es decir, se están publicando artículos no revisados por pares (llamados pre-prints). Conocer esto es muy importante. Nos permite ser conscientes de que hay informaciones más sólidas que otras. Conocer estas limitaciones, lejos de sembrar miedo e incertidumbre, contribuye a aumentar la confianza en la ciencia. La transparencia siempre genera confianza.

Lo que están haciendo las autoridades sanitarias es recopilar toda la información, todos los papers, y así ofrecernos las mejores recomendaciones para evitar los contagios. Estas recomendaciones están sujetas a otras muchas variables. Algunas tienen que ver con la cultura y los valores de cada territorio, y otras tienen que ver con la optimización de los recursos.

El caso más controvertido de estos días es el relativo al uso de mascarillas. Recientemente se ha publicado un estudio en The Lancet en el que se comparan las recomendaciones de las autoridades sanitarias de diferentes territorios. A pesar de la coherencia en la recomendación de que los individuos sintomáticos y los sanitarios deben usar mascarillas homologadas, se observaron discrepancias en el público general y en la comunidad.

Feng, S., Shen, C., Xia, N., Song, W., Fan, M., & Cowling, B. J. (2020). Rational use of face masks in the COVID-19 pandemic. The Lancet Respiratory Medicine.

Estas diferencias se deben fundamentalmente a dos cosas. La primera es que la evidencia de que las mascarillas pueden proporcionar una protección efectiva es escasa. Y la segunda es que los recursos son limitados, por eso hay que distribuirlos de la forma que resulte más beneficiosa para el conjunto de la sociedad.

Recientemente la OMS ha publicado un informe sobre los modos de transmisión del virus. Según la evidencia científica recopilada hasta ahora, el coronavirus no se transmite por el aire él solo, sino que necesita un vehículo para hacerlo: las gotitas que expulsamos al hablar, toser o estornudar.

La mayoría de estas gotas son relativamente grandes, como las llamadas gotas de Flügge, entre 10-100 micrometros. Pero en ocasiones, sobre todo en intervenciones sanitarias o al gritar, pueden ser gotas muy pequeñas, de unas 5 micras, llamadas aerosoles de Well. Los aerosoles son más peligrosos porque perduran más tiempo en el ambiente y viajan a mayor a distancia. La distancia es clave.

Esto le ha servido a la OMS para corroborar que sus recomendaciones para evitar el contagio son las adecuadas. Es decir, le ha servido para continuar haciendo hincapié en las recomendaciones sobre las que tenemos más certezas, principalmente mantener la distancia de seguridad de 1-2 metros. Tenemos un conocimiento más sólido sobre lo efectiva que resulta la distancia de seguridad, que sobre lo efectivo que sería que todos llevásemos mascarillas homologadas.

En vista de la escasez de mascarillas que estamos sufriendo, esta información resulta alentadora. No todos tenemos mascarillas, pero sí podemos hacer algo tan sencillo como mantener la distancia de seguridad, que es mucho más importante.

Presumiblemente todo esto tiene que ver con la recomendación que a día de hoy mantiene la OMS deno utilizar mascarillas caseras de tela, del tejido que sea, bajo ninguna circunstancia. Por el momento, ninguna autoridad sanitaria ha promovido el uso de mascarillas de tela caseras porque entrañan más riesgos que beneficios.

No obstante, esta recomendación podría cambiar en el futuro. O bien porque se generen nuevas evidencias científicas, o bien porque se concrete un protocolo de fabricación casera, o bien porque varíe el actual balance riesgo/beneficio. Esta última situación sería la menos advenediza, ya que supondría que la situación se habría vuelto tan crítica que un riesgo que antes era inasumible se habría convertido en asumible.

En lo que sí están de acuerdo las autoridades sanitarias de los diferentes territorios es que, en condiciones de escasez de recursos, hay que priorizar al personal sanitario y los enfermos. Los primeros deben protegerse del contagio, es decir, usar mascarillas de protección como las FFP2-3 o N95. Y los segundos deben evitar contagiar a otros, es decir, usar mascarillas quirúrgicas. Los siguientes en orden de prioridad serían las personas de riesgo, principalmente personas mayores o con patologías. Se trata de distribuir los recursos de forma que sean más efectivos para disminuir el número de contagios. Dar prioridad a estos grupos es la manera más efectiva de protegernos a todos.

Por eso cuando todo esto empezó se trató de disuadir a los particulares de comprar mascarillas. La intención era retrasar el desabastecimiento y priorizar los grupos clave. La compra masiva de mascarillas a lo tonto el último fue tan insolidaria como poco práctica.

Según el conocimiento que vayamos generando, y según cómo se vayan desarrollando los acontecimientos, las recomendaciones de las autoridades sanitarias irán cambiando. Es bueno que lo hagan. Significa que podemos adaptarnos a los cambios. Sin duda los habrá.

Por nuestra parte, lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos y por los demás es acatar esas recomendaciones. Aunque a veces puedan parecer contradictorias, o carentes de sentido común, están respaldadas por todo el conocimiento que hemos ido acumulando. Nadie debería actuar por libre, porque eso solo puede llevarnos al desastre.

Debemos acatar las recomendaciones de las autoridades sanitarias de nuestro territorio, porque han sido diseñadas acorde a nuestra situación concreta. Y, en caso de no haber todavía una recomendación sobre algún particular, debemos acatar la recomendación de la autoridad sanitaria que engloba a todas las demás: la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En un momento tan sensible como este, poner en duda las recomendaciones oficiales solo causa confusión y miedo. Por eso debemos ser responsables, más que nunca. Con la información que compartimos y con nuestros actos. Eso también es estar unidos.