Al alba y con viento de levante desembarcaban en el puerto de Bilbao una flota de lujosos trasatlánticos con las cubiertas repletas de turistas. Nada de vulgar tropa guiri cocida por dentro y fuera con elásticas del Manchester y tatuajes descoloridos de bulldogs con la 'Union Jack'.
Estos son tropa de élite: veteranos con calcetín ejecutivo bajo sandalia de cuero, riñonera deportiva y camisa de lino maridada con elegante sombrero del coronel tapioca.
Son 6.500 desahogados jubilados con ganas de catar la gastronomía local más allá del plato combinado y la paella con tinto de verano. Su objetivo es claro: la cocina estrellada de los cocineros vedettes, los museos de arte contemporáneo y la cata en bodegas de diseño hasta achisparse.
Las autoridades locales reciben con alborozo la llegada de tan sofisticada invasión y los puertos vecinos se dan codazos para acomodar a los impecables buques en sus muelles. Pero no todo es alegría ante la llegada de los dorados jubiletas. La población local empieza a plantearse la conveniencia de una desembarcos de este tipo cada vez más comunes y masivos.