Lo que empezó como un improvisado homenaje a los sanitarios en el primer día de encierro se ha convertido en el único evento social de la cuarentena. El único acto público, masivo y optimista que nos queda en este apocalíptico tiempo de contagios, bajas, crisis económica, ERES y hospitales saturados en el que nos han hurtado familias, parques, cines, tiendas, calles y lo que es peor: bares.
Tras escuchar partes catastróficos, previsiones nefastas y testimonios desalentadores, esperamos con ansia ese momento en el que reconocer no sólo a los que se juegan la salud por nuestro bienestar con pocos medios, también nuestra propia lucha y aguante. Saludar, quizá por primera vez, a los vecinos, ver otras caras, darnos ánimos y corroborar que sigue habiendo un mundo ahí afuera esperándonos.
Abrir el balcón se ha convertido en un acto de esperanza y alegría. De evasión, solidaridad y de diversión. El único que la realidad nos permite...a día de hoy.