En España emanciparse para un joven que no tenga apellidos de rancio abolengo, para uno de esos chavales menores de 30 años oriundo de Leganés, Barakaldo o Badalona, es una epopeya que requiere la misma planificación y recursos que el desembarco de Normandía.
Y no digamos si además se empareja y quiere tener prole. La sangría económica que eso supone esta detrás de una de las natalidades más bajas del mundo: la nuestra.
Quien haya pedido precios de carros, maxicosis y guarderías sabe que tener chamacos en España es más ruinoso que el traslado del ayuntamiento de Madrid a Cibeles.
La chavalería ahueca el ala en este país a los 29,5 años, diez años más tarde que en Suecia. Y en la mayoría de casos para seguir tirando de la intendencia materna en forma de tuppers. Hoy analizamos a ese 81% de treintañeros que aún pernocta en casa de los viejos...