Es duro ver a compañeros periodistas y reporteros, la tropa de una redacción de informativos, currelas de base, pertrechados como para una guerra haciendo directos desde la manifestación de turno en la Europa del siglo XXI. Informando con cascos, petos, brazaletes y botas de seguridad. Todo para evitar que les agredan mientras hacen su trabajo. Que no es otro sino informar de lo que hacen y piden unos manifestantes que han salido a la calle para ser vistos y oídos.
Lo que no se cuenta no ocurre. Y nada decepciona y frustra más a un manifestante que no contar con la presencia de un medio de comunicación que popularice sus demandas. Que se sepa por qué nos echamos a la calle. Pero he aquí que para mostrar enfado e indignación se ha puesto de moda entre los más exaltados cargar contra la prensa a la que tú mismo has informado de la hora y lemas de la concentración.
Insultar, escupir y agredir a trabajadores que aplican toda la honestidad en hacer su trabajo: contar qué, quién, cómo, dónde, cuándo y por qué. No es algo nuevo, los plumillas siempre son incómodos cuando no son unos pelotas sin reservas. Pero siempre me ha llamado la atención que se convoque a la prensa para luego echarla a salivazos y empujones. Por si esto fuera poco, el reportero y su casco oversize suelen ser también objetivo de sobreexcitados antidisturbios fans de las cargas de caballería pesada.
Raros son los disturbios en los que un reportero no acaba magullado al ser tomado por un peligroso antisistema con peto amarillo de prensa, micrófono y cable conectado a una cámara con su operador y todo. Cualquier día veremos a un periodista informar entre dos voluntarios de WWF. Tan concienciados ellos con las especies amenazadas.