La japonesa es una sociedad obsesionada con la limpieza. El taxista jamás te dará el cambio a la mano. Lo dejará sobre una bandeja situada entre los asientos delanteros. Los empleados que mantienen contacto con clientes usan guantes y las mascarillas están a la orden del dia. Es habitual descalzarse en casa, restaurantes y colegios. El oprobio más absoluto caerá sobre tí si llevas los calcetines roidos, aviso.

Cada fin de año los nipones llevan a cabo el "osoji", un ritual en el que limpian las casas y oficinas en profundidad. Los niños incluso limpian los baños de su escuela. Imagínense la reacción de un escolar español ante tamaña sugerencia. El occidental suele sonreír ante tanta ocurrencia hasta que se encuentra con una botella de agua vacía en la mano y no tiene donde tirarla. En Japón escasean las papeleras. El japonés se lleva su basura a casa y allí la clasifica en los correspondientes cubos. En la calle no hay ni colillas. Fumar esta prohibido en la vía pública.

Ahora bien. Donde la tecnología nipona alcanza su climax de imaginación y desarrollo en pos del bienestar y la higiene íntima es en el inodoro. Desde su alteza el emperador del Japón hasta el humilde pescatero del barrio de Tsukiji disfrutan de un retrete bendecido con chorros regulables de agua tibia para limpieza perineal, música de fondo, suaves y cálidas corrientes de aire certeramente dirigidas para el secado se las partes íntimas y otros adelantos que dejan cualquier retrete occidental a la altura de una letrina con su cubo de zotal. Pasen y vean...