Vivimos en casa con un "vector de la enfermedad", que diría Salvador Illa. Un pequeño ser también llamado "transmisor silente" por otros expertos. Uno de dos años y medio y unos 14 kilos que desde primeros de marzo no ve más allá de las cuatro paredes de casa. Excepto cuando salimos al balcón a aplaudir durante cinco minutos. Cada tarde al acabar, y mientras le devolvemos a su confinamiento, se gira y agita la mano mientras grita: "¡Adiós calle!", con unos ojos llenos de nostalgia de parque que hacen que a su madre y a mí se nos corte la respiración.
En 32 días hemos gozado de inesperados e intensos ataques de rabia, sentados frente a la puerta de casa en espera de una rendija por la que escapar, periodos de tristeza e inactividad con la mirada perdida en un trozo de cielo que se ve por la ventana, pesadillas con sus posteriores paseos a la cama paterna y aburrimiento. Mucho aburrimiento. Sus viejos nos hemos reciclado en esforzados animadores infantiles con relativo éxito, nada iguala el magno entretenimiento que proporciona la manada de la guardería.
Desde gymkanas hasta teatrillos con sombras chinescas pasando por las témperas o el escondite. Lo hemos probado todo, pero no llenamos el profundo hueco que deja la ausencia de unos concurridos columpios llenos de críos sorbiendo mocos, lanzándose arena a los ojos o metiéndose los dedos en la boca unos a otros. Los críos necesitan estímulos, experimentar, socializar con sus iguales... y tras un mes en casa están mohínos e intratables, como asesores de Trump.
Los expertos aún no saben como afectará a los críos esta cuarentena. Es una situación excepcional sobre la que no hay antecedentes ni estudios previos. Nunca el planeta se había detenido de esta manera durante tantos días. Pero las pataletas o la falta de sueño, la irritabilidad y los lloros sin motivo aparente ya están aquí, preocupa saber qué vendrá más adelante. Si es que ha de venir algo.
Algunos expertos recuerdan que los niños gozan de una gran capacidad de adaptación y que en sus mentes no quedará mayor recuerdo del sufrimiento actual, otros advierten que los críos lo absorben todo y podrían desarrollar alguna conducta regresiva como volver a hacerse pis en la cama o sintomatología como trastornos del estado de ánimo.
Pero tras más de un mes anclados en casa cada vez hay más voces incidiendo en la importancia para los más pequeños de dar un paseo para evitar complicaciones futuras. Siempre cumpliendo con las medidas del estado de alarma y de forma responsable. Nadie pretende lanzar a los niños en manadas a la arena del parque y seguido mandarlos a echar la tarde con los abuelos. Los padres estamos concienciados y, sobre todo, tenemos demasiado miedo.
Francia, Italia o Bélgica permiten a los niños a pasear con adulto cerca de casa, una vía de escape para que les de el aire, el sol y comprueben que sigue habiendo aceras bajo sus edificios. La experta y defensora de los derechos de la infancia, Heike Freire, se confiesa conmocionada porque España sea el único país que no permite salir a los críos. No lo entiende: "El temor del Gobierno lo están pagando los más débiles. Puedo entender la prudencia, pero si hubiera que tomar una media prioritaria en el momento de flexibilizar las medidas de cuarentena, niños y adolescentes deberían ser los primeros en salir a la calle".
Algunos médicos van más allá y aseguran que no hay justificación científica para que los niños no salgan. Decía el jefe de servicio de enfermedades infecciosas del Vall d'Hebron de Barcelona en '20 minutos' que "el confinamiento está siendo un castigo para niños y adolescentes. Habría que permitirlo ya, de manera controlada. En casa están también expuestos al contagio, al pisar los adultos la calle para hacer compras".
Hace poco en la SER se quejaba el fundador de JAZZTEL, profesor universitario y miembro del consejo de ESADE, Martín Varsavsky, de "haber encerrado a los niños en casa para frenar la pandemia y permitir que los mayores de 65, más sensibles a los efectos del virus, salgan a pasear perros, hacer compras o a por tabaco." Otro punto de vista.
La posición de la Asociación Española de Pediatría es también priorizar la salida de los pequeños cuando se pueda decretar el final del confinamiento obligatorio. Que sean ellos los que inauguren la presencia humana en la calle sin bolsa de la compra bajo el brazo. Los expertos en salud mental de los niños del Colegio Oficial de psicología de Catalunya son también partidarios de orear a los pequeños. Incluso hablan de "cierta urgencia" a la hora de liberar a los chavales. Necesitan ejercicio, luz solar y ese rayo de esperanza que es pisar la calle.
También la ONU advierte del "grave impacto físico, emocional y psicológico del encierro por Covid" y plantea suavizarlo con una escapada al día.
Los psicólogos también recuerdan que no todo en este confinamiento es nocivo ni la cuarentena convertirá a nuestros hijos en desabridos y oscos topos de piel pálida. Tienen tiempo para disfrutar de la familia y descubrir otras formas de entretenerse y relacionarse: de todas las circunstancias de la vida, si se superan, se aprende.
Una última razón de reciente incorporación para liberar a los peques es la desigualdad entre los menores. Alertan varias plataformas de defensa de la infancia que la pandemia agravará las desigualdades que había entre los menores, el colectivo más castigado por la pobreza. Y recuerdan que no todos los críos han podido estudiar por medios telemáticos estos días. Los alumnos que sufren la brecha digital provienen de entornos desfavorecidos. Ellos no podrán seguir el curso con normalidad.
En el ámbito político Ignacio Aguado, Ada Colau, Feijoo, Lambán y otros nombres de todos colores proponen un alivio de la cuarentena como el que existe en Europa para los menores.
Por el momento, Salvador Illa se muestra remiso a dejar escapar a la chavalería de su encierro. Le aseguro ministro que esta recopilación de opiniones favorables a relajar el confinamiento de los pequeños no está hecha como súplica de unos padres desbordados, que también, sino como simple recordatorio de los derechos y necesidades de un importante porcentaje de españoles menores de metro y medio a punto de rebelarse contra la autoridad pertinente.
¡El mío esta a un cuarto de hora de acabar en el torno de las clarisas!
Suerte, ministro.