Como si París no tuviera suficiente con perder la aguja de Notre-Dame por la dejadez humana son ahora otras obras de arte las que corren peligro ante la enésima moda absurda de certificar nuestro amor atando un candado a puentes históricos, barandillas majestuosas o insignes verjas.
Algún céntrico y peatonal puente parisino, superviviente de los obuses del káiser en la primera guerra mundial o la Luftwaffe en el año 40, se ve ahora al borde del colapso por el peso de toneladas de candados.
Hace unos años que París lo tiene claro: las promesas de amor eterno pueden tumbar más patrimonio capitalino que las órdenes de Hitler ante el avance de los aliados.
Finalmente obras maestras de la forja han sido retiradas y sustituidas por anodinas mamparas de cristal para que las hojaldradas parejitas no tengan donde poner ese candado en forma de corazón que han comprado a tan parisino precio junto al monumento. Que esa es otra, hay más vendedores de candados en el Sagrado Corazón que en Ferroforma. Y a precio de menu en Maxim's.
El ayuntamiento de Anne Hidalgo ha circunscrito la colocación de estos artefactos a un puñado de lugares. Uno es el Sacre Coeur, donde han puesto una barandilla de quita y pon para desahogo de tanto amor por candar.
Cada mes, empleados municipales de la villa, no sabemos si enamorados o solteros penitentes -lo suyo sería encargar tan simbólica labor a funcionarios recién casados- retiran fragmentos enteros de barandilla para subastarlos.
Nunca falta algún enamorado del amor que adquiera unos metros cuadrados de malla cuajada de candados a precio de Bansky. Los beneficios son destinados a alguna ONG local dedicada a labores más prosaicas y menos almibaradas.
El reciclaje llega así a completar el círculo y los monumentos respiran hasta la próxima parida del Youtuber de moda. Otro debate es por qué el amor hay que rubricarlo con un candado cerrado con triple vuelta. ¿Qué queremos insinuar? Pero esa ya, es otra historia...