Nos cuenta el CIS que el 47% de los españoles no está por la labor de ponerse ninguna de las vacunas elaboradas para acabar con la pandemia. Es tanto el miedo y la aprensión desarrollada últimamente que ya nos da canguelo hasta la cura. Alguien podría pensar que hemos vuelto al pasado, a la España de mantilla y relicario, a la procesión al hombro para que el santo de turno nos libre de la plaga y a confiar más en el cura que en el galeno, pero no. Este es un país muy vacunador donde más el 95% de los niños recibe las vacunas recomendadas, las gratuitas y esas otras que vacunan también a los padres de echar mano de la tarjeta en todo el mes tras el dispendio que suponen, que parece se la inoculan al niño con una aguja montada en un huevo de Fabergé.
Luego si este es un país que confía en la ciencia, ¿por qué tanto temor a un pinchazo que puede poner coto a tanto quebranto sanitario y económico? España no es negacionista, pero sí desconfiada. Y hay demasiado ruido en torno a la vacuna. Se ha ido rápido, pero seguro. La explicación está en el parné que los gobiernos han puesto a disposición de los laboratorios para sacarnos de este pozo. Nunca antes se habían concentrado tantos esfuerzos, cerebros y recursos en solucionar un mal. Ojalá los estados hubieran actuado igual con el SIDA, ese virus ya sería historia con la difteria, la tosferina o la varicela entre otras miasmas. Pero sigue siendo un mal crónico que lamina miles de personas al año, por lo general pobres sin acceso al tratamiento.
Los tiempos se han acelerado para el COVID pero respetando todas las fases. Ha habido transparencia y hemos conocido los incidentes que paralizaron la producción, los motivos y su solución. ¿De verdad creemos que si hubiera dudas de algún tipo las mayores farmacéuticas y universidades del mundo hubieran seguido adelante? Por favor, no hagan caso a un negacionista sólo porque sea autor de su canción favorita. Ni siquiera lean estas líneas con mayor interés, escuchen a los expertos, médicos, virólogos o inmunólogos que podrán dudar de los tiempos de entrega o el porcentaje de efectividad de la vacuna, pero no dudan de que es segura y no les llevará por delante entre horribles mutaciones y dolorosos espasmos.
Cuando la profilaxis esté aquí será necesario para que funcione que se vacune el 70% de la población. Sólo así conseguiremos la inmunidad de rebaño. Por debajo es matar moscas a perdigonazos. Lo que hace falta es más claridad y pedagogía a la hora de hablar de la vacuna y ahí políticos y medios tenemos mucha responsabilidad. Hay tanta desconfianza con las cifras que ya sospechamos de todo, hasta de la cura. Sobran 'fake news' y bronca política, porque la vacuna también se ha convertido en un objeto arrojadizo entre políticos.
Cuanta más desafección hacia la política del Gobierno, menos confianza en la vacuna, como si la inmunización hubiera salido de un laboratorio en los sótanos de Ferraz, donde Echenique y Ábalos montaran los chips que tras inocularse en los brazos de confiados ciudadanos los convirtieran en progres con fular morado al cuello entonando el 'Bella Ciao' o lo que es peor, en abertzales vestidos con ropa térmica y flequillo desigual. Parece que no será el caso, pero llevar la vacuna a la arena política hace que los partidos de izquierda y el PNV confíen en la ciencia, mientras que cuanto más a la derecha, más dudas en su efectividad, hasta llegar a los votantes de VOX, que prefieren vacunarse escuchando 'Por ella' de José Manuel Soto.
Se ha hablado también de una posible obligatoriedad de la vacuna. Ni soy fan ni creo vaya a hacer falta. Hay un precedente. En Granada en el año 2010 un juez autorizó la vacunación forzosa de niños para atajar un brote de sarampión. 35 niños fueron vacunados por un bien mayor que debía prevalecer: garantizar la salud pública. Antes de la sentencia el juez escuchó a los expertos, valoró que el brote ya afectaba a 46 personas, la gran mayoría menores y muchos necesitaban atención hospitalaria. Los expertos advirtieron que el sarampión podía extenderse por la provincia, los pediatras que aquello podía llevar a la UCI a muchos niños y las autoridades sanitarias recomendaron la vacunación. Aun así, algún padre terraplanista se negaba a que su churumbel fuera inoculado con vaya usted a saber que pócima maligna. El juez atajó la resistencia cuñada declarando ronda de vacuna para todos y sanseacabó. Mano de santo oigan. Las vacunaciones obligatorias salvaron a Granada de un brote de sarampión.
Llegado el momento tendremos las vacunas, que serán varias, lo que facilitará baje el precio para disgusto del CEO de Pfizer, y como hemos hecho siempre, iremos a ponérnosla. Libres y más o menos convencidos, pero iremos. Se impondrá el sentido común y la responsabilidad, pero sobre todo las ganas de echar una cañita a cubierto rodeado de amigos compartiendo un bowl de altramuces. Algo que añoramos y deseamos más que mantener nuestro organismo incólume de adelantos científicos.
Y si hay algún remiso a entrar en el siglo XXI, bueno sería que médicos y líderes políticos emularan a Fraga en Palomares chutándose el remedio ellos en primer lugar. Luego ya sabemos que en España eso de tonto el último siempre ha funcionado muy bien.
Por cierto, la superchería y el miedo a la vacuna no es algo que anide sólo en la carpetovetónica España. Francia o Alemania también tienen un 45% de temerosos a la vacuna, y junto a España son países muy vacunadores. La duda está en por cuanto tiempo nos protegerá el pinchazo, no en su seguridad.