La España vaciada lo es algo menos en verano. Casas rurales, paradores y hoteles con encanto a rebosar de los que no tenemos pueblo donde volver y queremos dormir bajo manta en julio, pero no estamos por la labor de levantarnos al alba para plantar una sombrilla en la orilla como marines en Iwo-jima.
El regreso de una relativa paz a los países ribereños está sacando turistas de sol y playa de nuestra costa camino de los jugosos precios de Turquía, Túnez o Egipto. El modelo low-cost es lo que tiene. Es un turismo infiel y voluble que se comporta de forma gregaria.
Frente a la saturación de arenales y precios estratosféricos por raciones de alevines enharinados y fritos surge una nueva tendencia que busca paz, una gastronomía de calidad que pueda pagar en esta vida y distancia de las beodas hordas adolescentes.
El monte, la aldea y el ignoto valle ofrecen unas posibilidades únicas para gozar de turismo de calidad. Y ahora, además, sostenible. Vean en este vídeo lo que uno se ha encontrado en una esquina del Baztán...