La escritora Janet Malcom, que en su libro 'La mujer en silencio' relata la tortuosa vida de la escritora norteamericana Silvia Plath y la relación con su marido, el también autor Ted Hughes, nos revela que el estatuto como heroína del feminismo de Plath derivó en gran parte del tono desagradable de sus escritos. Malcolm afirma que las mujeres aprecian esa valentía de no ser amable. Y asegura que, aunque en un principio una de las novelas más aclamadas de Plath, 'La campana de cristal', pudiera parecer simplemente un libro para jovencitas, se trata en realidad de "un libro para jovencitas escrito por una mujer que ha estado en el infierno y ha vuelto, y quiere vengarse de quienes la atormentan. Es un libro para jovencitas lleno de veneno y vómito, sangre y descargas de electricidad (…) y está poblado por hombres horripilantes y mujeres mayores patéticas".

Mira, lo que te acabo de contar es solo el señuelo para situarte en lo que de verdad te quiero contar. Piensa en Silvia Plath, e imagínatela en una peli de adolescentes de los 90 en Norteamérica. Ella sin duda sería la chica única, diferente, solitaria, con personalidad y un mundo interior acojonante, a la que habría que cambiar de imagen, y aniquilar un 60% de su rareza para gustar a los hombres. Fíjate. A ella, que no sería parte del grupo de los populares de su instituto, se la transformaría para ser una mujer ideal (aunque no del todo, para seguir siendo única) y poder formar parte de esa comunidad. A ella, que es especial y distinta pero aún es fea porque es independiente, dejada y feminista, le quitarían las gafas, le depilarían las cejas, le quitarían la sombra del bigote y se las apañarían para que luciera más pecho. Todo esto sucedería en la casa de la tía más popular y todo para enamorar a uno de los tíos más guapos y más memos del suburbio. También la despojarían de su peto manchado de pintura –Silvia no solo escribiría poemas, sino que pintaría que da gusto, porque ella sería una artista multidisciplinar– y le pondrían una faldita mona. Porque ella es rara, sí, ella es artista, por supuesto, ella tiene un universo propio rico e interesante. Pero para que todo esto tenga importancia, ella tiene que cambiar y volverse mona y convencional para que los hombres se fijen en todas esas virtudes. Ya tú sabes, la misoginia a menudo procede de la inseguridad masculina: pónselo fácil.

Pero espérate porque todo esto que te cuento, esta figura de la rara a la que hay que cambiar para que siga siendo rara y especial pero guapa y deseable, es la antecesora de la figura que más daño ha hecho a la mujer contemporánea: la figura de la mujer de tus sueños. En inglés acuñaron el término Manic Pixie Dream Girl, de ella hemos hablado cien mil veces, sí, y de ella vamos a volver a hablar porque ese personaje femenino tipo, con presencia fija en cierto tipo de películas adolescentes, no se ha marchado del todo. Y esto es algo que tenemos, por favor, que exterminar de todas, todas. Basta ya.

Esta figura de chicas insoportables, insufribles, creadas por guionistas hombres majaderos, representan la chica de sus sueños, o lo que ellos consideran su ideal de mujer. Mujeres que solo existen en la mente de estos señoros, jóvenes y lozanas y tersas; criaturas burbujeantes, superficiales; chicas con encantadores defectos, como loquitas, desastres, torpes, infantiles, únicas y con muchísima imaginación, cuyo único objetivo en la vida es el de salvar a estos hombres protagonistas de las películas. Hombres tímidos, taciturnos, metidos en sí mismos, inseguros, que piensan que la vida les debe algo y se ponen a mirar por la ventana con una cara de que se lo deben y no se lo pagan, en plan: nadie me quiere, nada tiene sentido.

Y entonces aparece una de estas chicas, chiripitiflaúticas y locuelas, y les salva de la mediocridad lacerante en la que viven estos hombres, como te digo, melancólicos y plastas y grises, y ya sonríen y ya van a la oficina y tratan bien a la gente.

Entonces ellas, estas chiquitas con el pelo larguísimo o corto, con un corte a lo garçon, más allá de esa entretenida locura no tienen mundo interior, ¿sabes? Ellas nunca se muestran tristes ni tienen problemas, ellas son muy flacas, se visten muy bien, están como un silbo, son encantadoras y solo sirven para divertir al chico de turno. Insisto, ya las conocemos: Zooey Deschanel en '500 días juntos', Katherine Hepburn en 'La fiera de mi niña', Kate Winslet en 'Olvídate de mí' o la inolvidable Jeanne Moreau en 'Jules y Jim'. Pero siguen entre nosotros, no se han ido. Esto es muy importante. Y yo las reconozco y seguro que tú también, porque tú y yo hemos sido esa chica de ensueño, y hemos actuado en ocasiones así. Hace tiempo, hace mucho tiempo. Mujeres siempre intensas y mágicas y divertidísimas. Hemos sido burbujeantes sin pensar que a lo mejor tenían que ser ellos burbujeantes con nosotras. Y currarse la velada, y no quedarse parado como un pasmarote toda la cena. Yo he sido esa chica de las narices. Que ya me vale, el cine ha hecho conmigo lo que le ha dado la gana, joder. Yo he sido esa criatura que prometía aventuras por vivir, esa mala caricatura, y le daba yo ilusión y emoción a un tío con vida insulsa, aburrido hasta la extenuación, que no tenía ningún tipo de talento para vivir la vida y que además era más feo que un demonio, que yo creía que era atractivo y no, era más feo que un demonio.

SIGUEN AQUÍ. INSISTO. NUNCA SE FUERON.