Los británicos han hablado y han dicho 'sí' a Boris Johnson; también han dicho 'no' a Jeremy Corbyn. El primero se queda y fuerte; el segundo se va solo un poquito y deja al laborismo más tocado que nunca. Una y otra cosa son para pensárselo, porque lo primero es decir 'sí' al populismo rubio; lo segundo es un 'no' a una socialdemocracia que no acaba de encontrar su camino en estos tiempos que dicen de crisis del neoliberalismo.
Los británicos han dicho más cosas, le han dado un portazo definitivo a la UE y una amplia mayoría de ellos ha dicho 'sí' al nacionalismo inglés. Eso ha tenido como contrapeso la resistencia de los escoceses y, en menor medida, de los irlandeses del norte, la cuarta nación de Reino Unido.
Al decirle 'no' a la UE han dicho 'no' a sus políticas. La inmigración de europeos ya no será igual, no habrá libre circulación de personas, el peligro aireado por los extremistas populistas ingleses; sin embargo, seguirá habiendo necesidad de mano de obra que si no es europea, regulada, será de otra parte. Será la gran paradoja, que el uso populista de la invasión se convierta en una auténtica avalancha incontrolada que puede llegar a ser desequilibradora.
No sé si tardaremos mucho en ver una nueva versión de The Full Monty, si se reeditan los destrozos postreros de la era Thatcher, si la emblemática Sanidad Pública sufrirá los envites del nuevo populismo inglés; no lo sé pero es previsible que las cosas no vayan mejor para los más menesterosos. Pero así lo han querido los británicos de manera abrumadora; también, por cierto, ha dicho 'sí' a un periodismo amarillo, mentiroso e irresponsable como el que cabalga a rienda suelta por las praderas de papel y electrónicas de toda Europa.
Los británicos ha dado un portazo a la UE pero han abierto de par en par las puertas a Escocia. Los escoceses votaron, con la misma legitimidad, permanecer en la UE, ahora han votado lo mismo y con más brío. No quieren a Johnson, ni sus políticas. El avance de los independentistas ya ha provocado que Nicola Sturgeon, primera ministra, plantee un nuevo referéndum.
Al otro lado del mar, los irlandeses republicanos han superado a los unionistas. El DUP, apoyo de los conservadores británicos, ha perdido dos escaños y la correlación de fuerzas ha cambiado. La perspectiva de una isla de nuevo desunida, con frontera dura, por el Brexit, no gusta mayoritariamente a los irlandeses.
Malas perspectivas sociales, auge nacionalista inglés, pero, sobre todo, malos augurios para la unidad del reino y la monarquía. Si los escoceses deciden irse y los irlandeses empujan para a su vez reunirse, la jugada de Boris Johnson se puede convertir en la mayor de las crisis constitucionales británicas desde sus orígenes.
Y un detalle peninsular. La salida de Gibraltar es automática. Para los que pensaban que el Brexit era una oportunidad para el irredentismo nacionalista español, un aviso: el nacionalismo inglés de Johnson, de cuya victoria se alegra claramente la derecha nacionalista española, no cederá al nacionalismo español. Por el bien de los paisanos de uno y otro lado de la verja, lo mejor sería ser más serios y prácticos que patriotas de hojalata y que los protocolos y acuerdos firmados se respetaran por el bien de la estabilidad y la convivencia en una zona tan estratégica como el Campo de Gibraltar.