Si no ocurren tempestades de última hora, el pantone resultante de los pactos municipales y autonómicos cambiará de manera notable en relación con el mapa de las últimas elecciones. El vencedor de ese cambio de tonalidad será el PP, sobre todo si controla Madrid. Así, Pablo Casado habrá cambiado probablemente su sino perdedor y sus barones levantiscos tendrán que esperar mejor oportunidad para intentar defenestrarlo. Otra cosa será Albert Rivera. Después de haber fracasado el 'sorpasso' una y otra vez, después de no ser ni presidente, ni vicepresidente y haber perdido centralidad, desde el punto de la atención visual, en Catalunya, sus desvaríos y errores lo van a situar en un lugar de segundón en el tablero político. Segundón de la derecha se entiende.
Desde la foto de Plaza de Colón no ha hecho sino resbalar. Europa desconfía de él, dicen que no engaña a nadie, su carta moderna de Barcelona le ha fallado. No solo en los resultados esperados, Manuel Valls se ha distanciado de Albert Rivera de manera irrecuperable y más. Valls tiene en sus mientes ser la alternativa catalanista moderada que los empresarios y otros poderes catalanes -y no tan catalanes- están dispuestos a apoyar, sustituyendo a un Rivera fracasado y perdido en los brazos de la extremo derecha.
La extrema derecha de Vox sigue en su papel, se conforma con poco, algún chiringuito, visibilidad y, desde luego, como en Andalucía, alimentados en su hombría por tener a sus socios colombinos cogidos por salvas sean sus partes.
No ha costado mucho trabajo. La ósmosis ideológica entre el trío es más que clara. No tiene grandes conflictos ideológicos, aunque declarados liberales, tienen mucho en común en su no reconocido franquismo moderno.
Para el desenlace final habrá que esperar cuatro años, con unas elecciones intermedias en Catalunya, pronto quizá. Pero está claro que ni Rivera, ni Casado o Abascal serán ya lo mismo; y desde luego más viejos y calados, como los melones.
La apuesta de los poderes es la moderación y eso, hoy, lo representa el PSOE, incluso aliado con Podemos y otros abstencionistas, vistos desprovistos de espoleta con pretensiones y objetivos no disparatados.
Habrá investidura. Las estructuras de las derechas a pesar del éxito de sus pactos están deterioradas. Los poderes del estado, los ocultos, no cejarán en su empeño de hacerlo difícil, desangrarán lo que puedan pero aceptan el mal menor de Pedro Sánchez, en el que confían por hijo del sistema.
Pedro Sánchez que ha mejorado su posición muy mucho, bien valorado, con alianzas positivas en la UE y un protagonismo que no se recuerda desde Felipe González.
En todo caso, los poderes en la sombra saben que la derecha necesita un periodo de recuperación y que éstas convalecencias se hacen mejor en la oposición. La extrema derecha ha hecho su papel, las viejas guardias aquejadas de corrupción cabalgan hacia el abrigo de los puertos cómodos y giratorios del establishment.
El mapa, su color, gusta. Ya veo un cromómetro de Ferreras. Un PSOE moderado con una izquierda a su izquierda domada por su infantilismo y crisis de crecimiento. Una derecha doliente en recuperación y unas clínicas dispuestas para ello, entre las más importantes, las de Madrid, que siempre ha estado para eso.