No han tardado mucho. Desde apenas sabido que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias habían llegado a un acuerdo para formar Gobierno, la España rupestre se ha agitado y decidido a dejar sus cuevas y bajar a sus cazaderos habituales.
Hace poco, lo más importante para España era que hubiera Gobierno; de pronto, rugen para que ni lo haya, sobre todo si no es un gobierno rupestre con tendencia y nostalgias del pasado. Cuanto peor, mejor, antes el caos que un gobierno progresista.
Desde Villacuevas de Arriba llegan noticias apocalípticas. Un gobierno de izquierdas es la perdición, dicen. Empresarios de todo pelaje, banqueros agraciados de los favores del Estado - con vecinos imputados por corrupción económica y política- , asociaciones de meritorios beneficiarios del régimen, medios asilvestrados o ya silvestres se han lanzado contra toda posibilidad de un gobierno progresista que obedezca, como en una democracia que quiera ser madura y seria, al mandato electoral del pueblo.
Desde Villacuevas de Abajo, expolíticos, expresidentes, giróvagos de puertas selectas,beneficiarios permanentes de la Transición se han lanzado igualmente al degüello de las decisiones democráticas, temerosos, quizá, de su insignificancia decisoria o del fin de privilegios escasamente merecidos.
Con todo, los cuevanos muestran una insuficiencia democrática preocupante, una falta de respeto a los dirigentes democráticos de los partidos, sostén de la democracia, según la propia Constitución. Con su actitud ponen de cuestión su propio relato. Si en la Constitución cabe todo, ¿por qué no cabe una alternativa progresista a un statu quo que está demostrándose antiguo, obsoleto, moribundo y por ello inútil?
En el fondo, también demuestran que la democracia les toca solo de refilón, es decir, cuando le va bien a su vela y no cuando se les pone el viento en contra. En realidad desprestigian la democracia y la Constitución al despreciar valores profundamente democráticos como son el derecho a representar y ser representados en las instituciones por mandato del pueblo soberano.
Lo alarmante es que de las cuevas, de ese paisaje rupestre hispánico, llega un pensamiento desenfocado. Dicen ser constitucionalistas, pero pactan, se alían, blanquean a la extrema derecha que, recordando a la República de Weimar, utilizan los caminos democráticos y constitucionales para cercenarlos y acabar con las libertades.
El desenfoque es tal que creen que el peligro está en que haya en España un gobierno progresista y, mientras, conviven, cómodos, sin epidural, con la extrema derecha que, subida de tono, ya empieza a mostrar dónde puede y cómo puede, las señales inequívocas de su carácter fascista.
Han salido de las cuevas y en el llano se han encontrado con dinosaurios canosos a los que antes combatían para, juntos, negar a este país la posibilidad de regenerarse y abrir el camino a una segunda transición que reconstituya el dañado armazón de la convivencia democrática en España. Bajan desde la España rupestre porque a ella quieren volver, a los peores tiempos de la falta de libertad y de los privilegios de los poderosos.