Debería ser un incendio de miles de kilómetros cuadrados pero no, es mucho más. Que arda toda la Cuenca amazónica no es solo una catástrofe de magnitudes mundiales es toda una metáfora de lo que la nueva derecha mundial está dispuesta a hacer. No es solo que nieguen el cambio climático, con primo o sin primo, es que, si fuera necesario, están dispuestos a meterle fuego a lo que haga falta.
Ya apenas resuenan las primeras medidas de Donald Trump recién llegado a la Casa Blanca, pero tuvieron que ver con esa visión depredadora que la nueva derecha tiene del medio ambiente. No es solo que se hiciera el loco en las grandes crisis climáticas de su país, no es que negara al consenso mundial en su lucha contra el cambio climático, es que autorizó nuevas infraestructuras y concedió licencias en minería, transporte y extracción petrolífera y otras medidas legislativas o presupuestarias nefastas para el medio ambiente.
No es de extrañar que sus émulos o patrocinados comulguen con el mismo catecismo. Las promesas en caso de ganar de Jair Bolsonaro no han cogido a nadie por sorpresa. Tampoco que no haya querido darse por aludido o incluso declararse impotente ante la crisis amazónica, de naturaleza mundial, insisto. El manual está escrito, la culpa es de las ONGs, ante la imposibilidad de negar la propia realidad por la evidencia satelital difundida en todos los continentes.
La derecha está que arde, mientras que la izquierda no acaba de despertar del profundo sueño de la crisis suicida de la socialdemocracia. Y no escatiman en excesos, con las migraciones, la economía, la guerra contra el estado del bienestar, la justicia social. La estrategia es clara, que todo arda, por eso, el Amazonas no es sólo un incendio, es la prueba de que si tienen que meterle fuego al futuro para vivir su propio presente, lo harán, como están haciendo los terratenientes hacendados brasileños ahora que se sienten protegidos por el paraguas de Bolsonaro.
Lo más estrambótico de los últimos días ha sido la propuesta intimidatoria de Trump de comprar a Dinamarca la isla autónoma de Groenlandia. No se oculta y si para ello tiene que desprestigiar a toda una primera ministra de un Estado democrático de la UE, lo hace. La propuesta del presidente de EEUU no es ajena a su carácter depredador y al mismo carácter de la derecha americana que representa.
Pero el medio ambiente ya no es una cuestión de soñadores, es la necesidad urgente de toda la humanidad y una, quizá, de las últimas banderas en las que la nueva izquierda se puede ver representada junto con una derecha moderada. Derecha moderada hoy tan escondida como la escasa socialdemocracia con identidad que queda en esta Europa moribunda.
En el G7 otra vez nos quedaremos en los gestos, en las anécdotas y chascarrillos pero mientras miramos el dedo, ahí está la Luna, la Luna que, por cierto, tampoco la nueva derecha tendrá reparos en depredar si es que fuera menester.