Julio Anguita: verdades como puños con guantes de seda. Duro, pero didáctico. Explicándolo, argumentando. Demostrando que la clase no es el estatus social, sino el estilo, el fuste, la talla humana y la consistencia. Julio fue la política de otro nivel. Por eso, ya es leyenda. Rojo, comunista, respetado por un amplio espectro social. Anguita fue la revolución de la palabra, del sentido común y de la coherencia.
Pocos como Anguita denunciaron los abusos de los poderosos, de las oligarquías, de los explotadores, de los censores, de los vendidos, de los meapilas… Cuando vio razones, Julio cargó contra la monarquía, contra los poderes en la sombra, los jerarcas, la derecha, la izquierda y lo que fuera menester. Con voz templada, pero escocía. Lo razonó y eso les duele. Con un discurso calmado, medido, pero directo. Punzante como dardos que iban directos a la diana de los que mueven el cotarro.
Aquí somos muy de ensalzar al que se retira, enferma o muere. Por eso, veréis en estos días a quienes alaban a Anguita como un tierno hombre del sistema. No lo fue. Señaló aquello que detestaba y explicó por qué. El respeto se lo ganó con su trayectoria, pero estando en activo le atacaron por la derecha y por la izquierda. Julio fue a la contra hasta el final. Hasta con sus maneras de vivir. Se retiró sin venderse, sin pagas políticas, a su humilde piso de un barrio de Córdoba. También en eso fue a contracorriente.
Le conocí en Soria cuando yo era becario de la radio en los años 90 y volví a coincidir en Madrid cubriendo algún mitin o haciéndole algunas entrevistas en la televisión. Verle años después, ya retirado, en su casa de Córdoba, me impresionó. En aquel bajo, con aquel pequeño despacho lleno de libros y de algunos recuerdos de su hijo periodista asesinado en Irak. Anguita me habló con la misma sencillez con la que nos reímos de su periplo en autobús de línea para viajar asiduamente con su compañera hasta Ciudad Rodrigo.
De su amplia trayectoria, en la que nadie es perfecto, me quedo con esta última etapa del profesor que disfrutaba o sufría observando, analizando y explicando la vida. Julio sabía que quedan unas cuantas revoluciones pendientes. De desigualdad, de precariedad, de justicia social, de corrupción, de pluralidad informativa, de libertad de expresión, de república, de regeneración, de solidaridad, de intentar ser mejores, en definitiva.
En estos tiempos de tanto mediocre diciendo “¡Uhhh, que vienen los comunistas!”, como si anduviera suelto Satanás, Anguita es la viva expresión de una trayectoria política de alto nivel, que se ganó el respeto por encima de unas siglas, un cliché o un color político. Lo hizo señalando lo mejorable, denunciando nuestros bajos fondos, sin caer en las cloacas de tanto mamarracho. Anguita ha muerto, pero Anquita vive, porque nuestros problemas siguen. A ver si cunde el ejemplo.