Imaginemos que un señor va por la calle y siente que le roban la cartera. Comienza a gritar "al ladrón" pidiendo que lo detengan. Otros viandantes gritan lo mismo. De repente, el señor ve que Pablo Iglesias y Gabriel Rufián también están pidiendo que intercepten al presunto caco. Entonces, un suizo se cruza en el camino del hombre que escapaba y lo bloquea. Hete aquí que el señor que había sentido cómo le quitaban la billetera, se acerca y ahora pide que dejen marchar al presunto carterista. No sólo eso, sino que también le da las llaves de su coche y las de su casa. El suizo flipa y le pregunta por qué lo hace. El señor responde que es porque ha visto que Iglesias y Rufián también estaban gritando "al ladrón". Es más, ahora cree que los culpables son ellos por comunistas.
Da para una parodia, pero suena bastante a algún argumentario que estamos viendo estos días para defender al emérito. Para ellos, el problema no es si Juan Carlos I robó. El escándalo es quién está diciendo que ha podido robar y pide justicia. Algunos, para escurrir el bulto, ni siguiera entran al fondo del asunto de la presunta corrupción. Desvían el foco a quién está pidiendo que debe investigarse. Una vez más, el comodín de lo malos que son los rojos, a diferencia de ellos que son muy patriotas y están con el orden y la ley, pero a tiempo parcial.
Yo quiero explicaciones y justicia con el rey emérito. Es más, estoy convencido de que quieren saber qué pasó con el dinero de Juan Carlos I muchos votantes de derechas, de izquierdas, independentistas y hasta los que ni van a votar. Igual unos más y otros menos, pero más allá de lo que estén diciendo los dirigentes de uno u otro partido o determinados medios, estoy seguro de que hay millones de ciudadanos que desean aclaraciones y reparación. A todos no les gusta que les tomen el pelo.
Lo diré de otra forma: pienso que hay mucha gente que, si cree que le han robado, lo denuncia y espera recuperar el dinero y la correspondiente pena para el ladrón. No creo que sea tan difícil entenderlo. Parece que algunos intentan convencernos de que, dependiendo de quien te asalte, debes desentenderte, darle las gracias y pagarle también el viaje y la estancia para que huya.
Los argumentos para defender, ponerse de perfil o las medias tintas con el caso del emérito están dando bastante vergüencica ajena estos días. Suelen venir de los mismos que tuvieron esa actitud con los manejos de Juan Carlos de Borbón durante décadas. Muchos se hacen ahora los sorprendidos, los ofendidos, los atacados... Le encubrieron, le reían las gracias, se aprovecharon, intentaron aprovecharse, le temieron, les venía bien una foto, se pavoneaban de conocer al rey... Sin estas complicidades, las andanzas después conocidas no hubieran tardado tanto tiempo en salir a la luz.
Ahora, oímos el argumento de que los presuntos chanchullos eran su vida privada y no la pública, como si uno fuera Jefe del Estado por horas. Como si el dinero se lo dieran por ser Juanito y no el rey de España. También le echan la culpa a la amante despechada y la señora tal. Machismo y caspa, para qué vamos a andar con rodeos. Le exculpan alegando que trajo la democracia, como si los que se jugaron el pellejo contra Franco hubieran estado de relleno o como si una posible buena acción te diera barra libre para el resto de tus días.
Yo soy especialmente fan de los que argumentan que el rey emérito se ha ido de España para prestar un último servicio a la nación y, especialmente, a su hijo Felipe VI. Como si se hubiera ido a hacer la temporada de la fruta para reunir unos cuartos y saldar las deudas. Como si no siguieran pendientes las explicaciones y sus cuentas con la justicia. Que ya va tarde y mal, señores cortesanos, por más que sigan dorándole la píldora a este señor, que seguirá viviendo a cuerpo de rey y que, por salir de España, no soluciona el bochornoso escándalo que aquí deja. Pero qué sacrifico. Qué entrega de su majestad. Sírvase lo que usted quiera, don Juan Carlos, que para eso estamos. A sus pies.