Estos días de cuarentena van a exigir mucho de nosotros. Por supuesto, de manera física. Pero ahora, ya avanzado el tiempo del encierro pero recortado el que queda para poder romperlo, días de poner a prueba nuestra estabilidad mental. Son días de héroes anónimos y también con apellidos, días en los que, cualquiera que haya optado por los demás en contra de sí mismo, ya puede considerarse héroe con millones de motivos. Y no está siendo fácil, ni para usted, ni para mí, ni para nadie, por eso le propongo que, cada vez que salga usted al balcón a aplaudir a los meritorios, sanitarios, guarde, como guardo yo, un par de aplausos para aquellos que, alguna vez dieron su tiempo y su esfuerzo para que ahora usted pueda aprovechar esas horas para distraer su mente en el grado de profundidad deseado por cada uno.
Esta semana yo he aplaudido a Patrick Rothfuss y a los dos libros que lleva editados de su (suponemos) trilogía llamada Crónica del Asesino de Reyes. Dos tomos, hasta el momento en los que se nos cuentas la historia de Kvothe, un tabernero pelirrojo en un mundo entre mágico y despiadado. Probablemente lo que marca la diferencia con la mayoría de literatura fantástica y medieval que nos llega (Y tras el éxito de Canción de Hielo y Fuego la producción es enorme) es la manera en la que Rothfuss escribe estas historias. Tiene uno la sensación de que, a cada palabra, Patrick la frota con un paño hasta dejarla sin aristas, brillante y precisa, y sólo cuando encuentra la perfecta, avanza hasta la siguiente. Probablemente por eso cada libro le lleva tantos años y probablemente por eso la espera siempre se ve recompensada. Mientras nos llega Las Puertas de Pierda, el tercer libro, yo he releído los dos anteriores sin la prisa por saber lo que viene a continuación, por el gusto de ver el pulido del lenguaje y, les aseguro, que, de repente, era la mañana siguiente.
He aplaudido también a un disco, no es un disco moderno, ya me perdonarán la edad, y sin embargo, es un disco que pienso que sólo se puede escuchar en condiciones muy concretas, probablemente tan de círculo. Errado como su misma portada representa. Se llama 'Canciones en la Llave de la Vida', 'Songs in the key of life' si lo prefieren y es un doble en el que Stevie Wonder, aquel niño prodigio que empezó llamando la atención casi como artista circense por la precisión y rapidez con la que tocaba la armónica siendo tan pequeño, nos regala una montón de canciones excelsas que, y esa es la magia, conforman algo más, un clima, un ambiente, una narrativa que se va extendiendo a lo largo del disco, que lo uniformiza, que le regala una historia interna. En el paseo vamos a caminar por temas como 'Love is in need of love Today', 'Ebony Eyes' o la magistral 'As'. Si me quieren hacer caso, pónganselo y no hagan mucho más que escucharlo, dedíquenle el tiempo que merece, ahora lo tenemos, y les va a llevar a sitios hermosos, que es de lo que ahora, se trata.
Culmino mis aplausos secretos con una película que, ya ven, he descubierto hace poco. Les contaré que en mi juventud trabajé de repositor en un supermercado con intención de sacarme un dinero propio. Aún recuerdo las peleas de las marcas por anunciarse en el frontal de los pasillos, en el sitio más visible porque la presencia allí garantizaba la compra de su producto por aquellos que no están dispuestos a explorar en los estantes si el producto menos a la vista es de mayor calidad y mejor precio que aquel que se les presentaba en un gran pilar ante sus narices. Pasa ahora con las nuevas plataformas de televisión que mucha gente hace consumo de frontales y sólo pincha en aquellas películas o series que aparecen recomendadas nada más entrar en la aplicación sin plantearse que, a lo mejor, el hecho de que estén ahí no garantiza que sean las mejores. Buceando en una de ellas (Flix Olé en este caso) encontré El Último Caballo, una película de Edgar Neville y la puse. Prueben a hacerlo y me cuentan. Yo aún sonrío.