Creo que cuando reflexionamos sobre lo que es la cultura, solemos a veces centrarnos en el término desde un punto de vista muy estricto. La definición fijada en la 22ª edición del Diccionario de la Real Academia Española, "conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico", fue encontrada por ciertos académicos como muy amplia en su día. En la 23ª se añadió "conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social". Pero siguieron quedándose cortos. Pensemos en aquello que nos hace humanos, por ejemplo. Vayamos un poco hacia atrás en el tiempo, unos nueve mil años de nada.
Hacia 7000 a.C. se establece la primera ciudad que conocemos, Çatalhöyük, en Anatolia, que contaba entre 5.000 y 10.000 habitantes. Luego vendrán Sumeria, Babilonia, Egipto, Roma y la dinastía Quin, con sus 40 millones de súbitos.
Imperios posibles gracias a la invención del mito más poderoso de la historia de la humanidad, el único superior al mito religioso. El único que permite a dos extraños de culturas y razas desconocidas, cuyos reyes o dioses pueden ser incluso enemigos, colaborar juntos: el dinero.
El dinero solo es uno de tantos mitos que los humanos inventamos para poder confiar los unos en los otros, para que completos desconocidos puedan colaborar en un propósito común, porque ambos creen en el mismo mito. Algunos de los mitos más exitosos (positivos o negativos) de la historia de la humanidad son: Dios, el dólar, los Derechos Humanos, la superioridad de la raza aria, el Real Madrid, las sociedades anónimas, el feminismo, Apple, la justicia o el amor romántico.
Uno no puede pedir cuarto y mitad de Dios, de derechos humanos, de Real Madrid, de justicia o de feminismo igual que pide cuarto y mitad de mortadela. Puedes, efectivamente, tener un billete de un dólar, pero sin el mito asociado a él, ese billete es igual de válido que un trozo de papel higiénico.
Si pago más por un iPhone que por un teléfono de la competencia es porque he elegido creer en el mito de que Apple es mejor, al igual que creo firmemente en los Derechos Humanos y el feminismo, y abomino de la superioridad de la raza aria o de cualquier otra.
La indisolubilidad entre el ser humano y los mitos no es buena o mala por sí misma. Es simplemente lo que nos ha permitido triunfar como especie. Elegir creer juntos en mejores mitos es lo que nos hace superiores a los animales, a los instintos primarios y a la biología. Por desgracia, es una capacidad que puede ser muy sencillamente manipulada, cuando alguien sabe diseñar mitos concretos. Para ello los hace pasar siempre como algo natural e inevitable. Pero, como muy bien sostiene Harari en su libro Sapiens, un orden natural es un orden estable. No hay ninguna probabilidad de que la gravedad deje de funcionar mañana, aunque la gente deje de creer en ella. Por el contrario, un orden imaginado se halla siempre en peligro de desmoronarse, porque depende de mitos, y los mitos se desvanecen cuando la gente deja de creer en ellos. Con el fin de salvaguardar un orden imaginado, o de sustituirlo por otro que convenga a otros diferentes es obligado realizar esfuerzos continuos y tenaces, algunos de los cuales derivan en violencia y coerción. Y al final, los que marchan detrás de la bandera, que no es sino el más fabricado de los mitos, se comportan como hinchas de un partido de fútbol, tan absolutamente convencidos de la verdad de su causa —y tan absolutamente equivocados— como los de enfrente.
Creo que una posible definición de la cultura, por tanto, es la articulación ordenada de mitos compartidos, ya sea por una sociedad o por el conjunto de la especie. Quizás el principal defecto de esta definición es que sostener un libro en la mano es reconocido como cultura, pero sostener un billete no, porque nadie se da cuenta de que el dinero es un mito compartido, tal y como argumentaba antes. Así que el problema principal que comparten mi definición y la sociedad en general es la incapacidad de reconocer cuáles son los elementos propios de la cultura, propia o ajena, que van mucho más allá de las costumbres o de un conjunto de conocimientos. Puesto que la capacidad de reconocer un mito como tal es, de por sí, mucho pedir, mucho me temo que no prosperará mi definición. Y que seguiremos teniendo la cultura arrinconada en una esquina, sin darnos cuenta de que, en su sentido más amplio, es la esencia de todo lo que nos rodea.