Perdonen, antes que nada, que haya titulado este artículo en un idioma extranjero, obedece únicamente a que la traducción (No soy tu perra) suena inmensamente más fea en español, además de resultar machista (aunque esto probablemente lo resulta igual en ambos idiomas).
El tiempo dirá si estamos viviendo, en el momento de escribir esto, el último gran acontecimiento de la ficción televisiva con la emisión semanal de los últimos capítulos de Juego de Tronos y me sirven las reacciones humanas que genera cada capítulo para exponer lo que me parece que desemboca de manera inevitable en la frase fuerte que titula este escrito.
Comenzó todo con la emisión del tercer capítulo, una batalla en la nieve, de noche y con niebla que desató las protestas de muchos de los espectadores porque no se veía bien. Poco importaba que lo estuvieran viendo en sus móviles o en unas televisiones sintonizadas para ver corrillos de tertulianos perfectamente iluminados y rodeados de colores eléctricos. Da igual, incluso, que los airados espectadores no hayan visto nunca las Campanadas a Medianoche de Orson Welles en cuya batalla estaba claramente basado este capitulo, ni, al parecer, Los Siete Samurais de Kurosawa, que, desde luego, si han debido ver los responsables de la estética.
Los amantes del easy listening que convirtieron a Miles Davis en Kenny G o a Pink Floyd en música para terrazas Chill Out, exigían el "easy seeing" para ese capítulo. La escena que se me venía a la mente era la de unos señores un un sofá comiendo Doritos mientras miran a Caravaggio pintando La Vocación de San Mateo y le indican, no sin cierta indignación, que haga el favor de pintar las cosas con mayor claridad, que desde su sofá no se aprecian las caras y que "Qué sfumato ni qué niños muertos". Sin Caravaggio no hay cine negro, no hay cómics de Frank Miller, no hay, por ejemplo, El Padrino.
Viene todo esto a llamar la atención sobre este mundo que vivimos en el que todos tienen, en sus muros de las redes, la posibilidad de publicar su opinión (algo de lo que no puedo estar en contra) pero, sobre todo, para colocar a los creadores, a los autores y a los artistas, una alarma interior que debe saltar cuando olviden que, desgraciadamente, no suele ser el público quien ayuda al creador a probar nuevas cosas, a arriesgarse y, por tanto, a descubrir. El público (creo que más últimamente) tiende a ser un bebé que recibe lo que le das y lo procesa pero que, como buen bebé, se encuentra más cómodo en la rutina, en lo conocido, en lo fácil.
Volviendo a Juego de Tronos, su escritor, George R.R. Martin recibía no hace mucho la carta de un fan, de aquellos fieles, de los que se han leído sus libros infinidad de veces, de esos que conocen el mapa de los siete reinos tanto que podrían fabricar un GPS con sus carreteras y sus estaciones de servicio. En la carta, el fan detallaba a Martin su sabia opinión sobre por dónde debían transcurrir los libros que quedan por escribir, lo que debía ocurrirle a cada personaje y, en definitiva, cómo tenían que ser escritos. La respuesta de George fue contundente: "George R.R Martin is not your bitch".