Cabe preguntarse qué hacer. Qué hacer cuando uno mira a su alrededor y no ve más que sinsentidos con trapos, bandos malencarados, trincheras profundas, facciones, banderías, parcialidades, bloques. Qué hacer cuando solo hay camarillas, guerrillas, milicias, abusos, atropellos, arbitrariedades. Qué hacer cuando solo hay crítica, censura, amonestación, reconvención, queja, regañinas en cada uno de los lados. Cómo no ahogarse cuando solo respiras amargura interesada, aversión dirigida, enemistad, animadversión, rencor, tirria, animosidad, antipatía, manía enfurruñada, ojeriza, odio, rabia, asco, gato elevado a la enésima potencia.
Qué pensar cuando no encuentras a tu alrededor ningún argumento que no sea incoherente, disparatado hasta la nausea, contradictorio, inconsecuente, demencial, absurdo, irracional, descabellado, ridículo, inverosímil. Cómo conocer lo que piensan los que se encierran en el silencio cómplice, la reserva cauta, la omisión cómplice, el disimulo silbante, la ocultación temerosa, el sigilo cómodo, prudencia sigilosa, la discreción irresponsable.
Qué hacer cuando el hartazgo de gilipolleces, el atracón de racismo, el empacho de cuñadez, el fastidio, y el tedio, y la estupefacción ante la hipocresía irresponsable y zafia rebosa tu copa y deja exhausto, exánime y con lágrimas en los ojos ante los que insultan para que los que desprecias se queden y ante los que insultan en las manifestaciones para mostrar respeto y solidaridad.
Cómo refugiarse del titular desinformado, inconsciente, ajeno, del tuitero analfabeto, del periodista inculto, del tertuliano ignaro, iletrado, lego, profano. Peor aún, cómo no enfurecerse ante el interés cromático, la ambición malentendida, el egocentrismo teledirigido, el individualismo regional, la ingratitud, la voracidad, la codicia.
Cómo no asustarse ante la altivez racista, el engreimiento del que acaba de llegar, la arrogancia capitalina, el envanecimiento recién adquirido, la presunción, la vanidad, el orgullo, la soberbia, el menosprecio, el desdén, el desprecio de nuevo rico y del rico viejo hacia el nuevo en una pescadilla que se muerde la cola a mordiscos. Unos para arrancarla, otros para mantenerla en su sitio, mientras por la herida sangra y se desparrama todo lo que es bueno, justo, honesto y cabal, encharcando un suelo sobre el que tardará décadas arraigar de nuevo la concordia, el entendimiento, el consenso, la armonía, el compañerismo y la fraternidad de quienes caminan juntos, quienes son lo mismo con matices, quienes tienen sus razones pero nunca la razón completa, pues no hay tal de eso. Nunca lo ha habido, y nunca lo habrá. Pensar lo contrario es refugio de soberbios, bastión de certezas erróneas y bálsamo de masas abufandadas. Cabe preguntarse qué hacer, qué decir, cómo sentirse. Y no obtener, a cambio, nada.