Había visualizado este momento. El momento de volver. El momento de ir reincorporándome a la vida después de mi tercera maternidad. Sentarme a escribir con una sonrisa, vigilando a mi bebé, después de unos meses de desconexión y nueva maternidad. Vendría a contaros la locura de tener una tercera, pero la emoción de haber parado y haberla disfrutado lejos de todo. Como soñaba desde hace tanto tiempo. Las dos primeras llegaron en tiempos convulsos para mí. La primera supuso un shock emocional a todos los niveles. La primera llegó en medio de una falta de conciliación sin palabras. Tuve que luchar, bueno, más que luchar, tuve que sobrevivir ante la injusticia social, limpiarme las lágrimas cada mañana y correr por la vida hasta que esta me paró en seco y renuncié porque no estaba dispuesta a renunciar a ella. La segunda llegó después de la renuncia, cuando era autónoma y estaba comenzando, así que se convirtió en mi segunda piel y a las dos semanas estábamos presentando el libro en Barcelona. El tiempo con ella no corrió, voló y tengo demasiadas lagunas de aquellos meses. Y la tercera. La tercera era mi oportunidad, llegaba cuando lo habíamos planeado, cuando estábamos preparados para parar y disfrutar. Por fin.
Había visualizado tantas cosas, que ahora no son. Y es que aquel día que me despedí de este muro, con mi plan diseñado al milímetro, sentada en una pelota de pilates contando contracciones que duraron una semana hasta que nació, no sabía que la vida tenía diseñado un cambio de planes para mí y no solo para mí, para todas las mujeres de este país. 15 días más tarde y hubiera parido a mi hija con mascarilla. A día de hoy sigue siendo una de las imágenes que más me impactan y erizan la piel de esta pandemia.
Cuando me despedí de este muro, contaba con un año de lucha. Nunca se deja de luchar en un país donde la desigualdad, la brecha de género y la falta de conciliación son señas de identidad. Nos tocaba un 2020 de seguir visibilizando. Pero la vida nos ha dado un buen palo y nos ha lanzado a otro lugar y otro espacio, donde lo trazado, lo planeado, lo esperado no nos sirve. ¿De qué sirve ahora reivindicar que hay que visibilizar el trabajo productivo y reproductivo de la mujer? ¿De qué sirve pelear por medidas de conciliación en el trabajo? ¿De qué sirve alzar la voz porque haya más mujeres sentadas en las mesas de decisión cuando lo que va a faltar es el trabajo? Cuando lo que va a sobrar es la renuncia.
No lo esperábamos. Nadie lo esperaba. Pero podíamos habernos preparado. No sirve de nada lamentarse. Pero jode más que nunca haber llegado hasta aquí de esta manera. Podíamos habernos preparado. No para un virus, pero sí para un cambio de planes. Los visionarios lo esperaban o eso dicen. Vaticinaban una crisis mundial. Nosotras no. Pero todas sabíamos que el camino no era este. Que llegaría un día en el que la falta de derechos, la desigualdad y los pocos recursos se pondrían de manifiesto. Un país que no invierte en educación, en salud, en maternidad… es un país sin futuro.
Hemos llegado tarde, como siempre. Nos han dejado en mitad de una guerra solas, desarmadas, desnudas. Me veo en medio de la NADA, gritando sin voz, luchando sin armas, peleando sin fuerzas, paralizada.
Hemos sido engañadas. Hoy lo siento más que nunca, en lo más profundo de mi ser cuando vuelvo a recibir otro mensaje más y ya van cientos o miles, no lo sé, he perdido la cuenta:
"¿Qué vamos a hacer Laura? ¿Qué nos queda ahora? Tanto luchar para nada. Ahora solo nos queda renunciar".
No puede ser. Respiro profundo, me limpio las lágrimas, me quito de encima el miedo, la confusión y el dolor. Me levanto despacio, me pongo mi escudo, miro de frente y alzo la vista. No hemos llegado hasta aquí para ahora renunciar. No podemos darle la espalda a nuestros derechos. Me niego a darnos por vencidas. La renuncia, ahora ni nunca, será la solución.
Van a intentar quitarnos nuestros derechos. Van a relegarnos al cuidado. Van a empujarnos a abandonar. Van a obligarnos a renunciar. A decir adiós. ¡Hasta aquí he llegado! No puedo más. Van a obligarnos a coger una excedencia, a pedir un permiso sin sueldo, a reducir nuestras horas de trabajo hasta que no compense trabajar. Porque juegan con lo que más nos duele: nuestros hijos y nuestras hijas. Los grandes olvidados de esta pandemia. A los que han encerrado durante 40 días sin ver la luz de la calle. A los que han limitado sus paseos. A los que han dejado bajo la responsabilidad de sus madres y sus padres. Ahora sí, ¿verdad? Ahora los hijos y las hijas son solo nuestros. Cuando hace muy poco se discutía de que eran hijos e hijas de la sociedad. Cuánta hipocresía.
Dónde están ahora las empresas que tienen que corresponsabilizarse. Dónde están ahora los políticos que dijeron que los niños eran el futuro. Dónde están ahora los partidos que fomentaban la natalidad y apoyaban a la familia. Dónde están ahora las instituciones que velaban por los derechos educativos de todos los niños, no solo los que tienen recursos.
Pues lo siento mucho. Nadie ha deseado estar así. Nadie quería esto. Pero tampoco nadie hizo nada por evitar estar en una situación de guerra sin armas. Ahora no podéis esperar que los abuelos y las abuelas sean el pilar de la conciliación en este país. Ahora no podéis alargar los horarios escolares para así velar por la conciliación. Ahora no podéis dejarlo en manos de la buena voluntad de las empresas y de la libertad de lo que cada uno decidamos. Ahora esperáis que seamos nosotras, ¿verdad? Ahora queréis que renunciemos, que volvamos a la casilla de salida. A sostener la estabilidad de un país donde las familias no somos prioridad.
Pues lo siento mucho. Pero esa no es una opción. Toca responsabilizarse. Toca poner un plan de medidas urgentes. Y si no lo hacéis. Nos tocará a nosotras luchar por ello y no vamos a parar porque está en juego nuestro papel en la sociedad. Y una madre nunca se rinde. Una madre siempre resiste y lucha, aunque sea con la única arma que no podéis quitarnos: nuestra voz.