El tema de debate no debería ser si los adolescentes están solos con los móviles, el tema es: ¿por qué están solos y solas? No creo que debamos enfrentarnos escuelas y familias, buscando al responsable de la soledad de la adolescencia delante de las pantallas. Tenemos que hacer equipo, tenemos que reivindicar un modelo sostenible que tenga en cuenta a la adolescencia y sus necesidades. Tenemos que proteger la maternidad y paternidad, y por supuesto trabajar por una conciliación real para las familias, donde reconozcamos el valor de los cuidados y prioricemos el tiempo presente de las madres y los padres. Si no, difícilmente podremos mejorar esta realidad, que se nos presenta con terror a través de producciones audiovisuales donde parece no haber un término medio y donde falta mucho contexto social.
19 días y 500 noches, que diría Sabina, puedes estar dándole vueltas a la angustia que genera la nueva serie de moda en Netflix: Adolescence. Una serie que se centra en el suceso, pero que obvia el contexto social, olvida los intereses de las plataformas y parece que las familias solo sufren, pero no se ocupan. Con el corazón en la boca aún después de ver anoche el tercer capítulo, voy camino de Sevilla a hablar precisamente de Familias conscientes del buen uso del móvil, vaya paradoja la vida. Intentaré alejarme del pánico que genera ver esta serie e intentar transmitir a las familias que todo está bien o al menos puede estar bien. Porque este tipo de contenidos audiovisuales ponen el foco en culpabilizar a las madres, también padres, profesorado, escuelas de estos sucesos espantosos. Pero, ¿qué ocurre con los contenidos que, por mucho control parental que pongamos, están ahí buscando a nuestros hijos e hijas de manera constante y sin filtro alguno? No olvidemos que la propia serie y su maravilloso algoritmo nos la recomienda, no solo a nosotras sino a todos los adolescentes a partir de los 12 años.
Al hablar de esto, siempre hay madres que dicen: "Es que yo siempre acuerdo los contenidos que ve mi hijo o hija, los vemos juntos y comentamos", como si yo no lo hiciera, para empezar. Pero esto siempre me recuerda lo que me contaba el filósofo Vico sobre la charla que da a familias titulada Venimos a hablar del hijo de tus vecinos. Como madres, nos cuesta entender que nuestros hijos o hijas no son nuestros, que tienen vida más allá de nosotras y decisión propia y que además pueden encontrar las maneras de ver aquello que no queremos. No podemos basar la educación en el control y la prohibición. Además, que para ello tendríamos que estar 24 horas a su lado, ¿no? Lo que peor llevo cuando se abren estos debates es que nos juzguemos y nos enfrentemos. Se trata de reflexionar y buscar soluciones.
Si algo bueno tiene la serie, como vemos en el capítulo 3, es que pone sobre la mesa la necesidad irrefutable de educar en feminismo si queremos apostar por una sociedad igualitaria donde las niñas y futuras mujeres no valgan menos. Ese poder que ejercen los chavales denostando el feminismo está en nuestro día a día y solo tenemos que hablar con nuestras adolescentes para constatarlo. Un poder ejercido por perfiles que siguen y marcan la pauta de cómo hay que actuar ante la otra parte del mundo. Y por mucho que empoderemos a nuestras chicas en ser independientes, fuertes y poderosas ante esos comentarios y abusos, nada cambiará si ellos no cambian esa mirada hacia ellas.
Entonces el miedo que nos genera ver cómo todo puede acabar tan mal como en la serie nos lleva a un único camino posible: eliminar los móviles de la ecuación, denostar la educación digital y querer volver atrás, eso sí, mientras nosotras, adultas, lo contamos por redes sociales. Pero cuando hablamos de tecnología, para mí, hay algo fundamental y es que de nada sirve PROHIBIR únicamente el acceso en los colegios y escuelas. Nada va a cambiar solo con un control parental o con limitar el horario en casa. Si estas medidas no van acompañadas de un cambio de mirada, de educar en el buen uso y de un nuevo modelo laboral y social donde los cuidados importen y se entienda que traer un hijo o una hija al mundo no solo va de poder alimentarle y cubrir sus necesidades básicas, sino de poder darles tiempo. Un tiempo que las madres y padres no tenemos por llegar a todo lo demás. Así que no cuestionemos a la madre de al lado, pensemos cómo mejorar como sociedad.
El sistema nos engaña, nos hace sentir que controlamos nuestra vida, pero no es así. Y yo no quiero que me pase como a las familias de Adolescence que no conocen a sus hijos o hijas. Ya me pasó, no saber qué les gusta, qué les preocupa y, lo que es peor, cómo se sienten por dejarme arrastrar por la rueda de la productividad y de un trabajo sin conciliación alguna. Y ahora que tengo control de mi horario y flexibilidad por ser autónoma también me equivocaré y sufriremos momentos duros y 'qué sé yo lo que nos espera', pero quiero estar. Queremos ser parte de sus sueños y éxitos, pero también de sus problemas y preocupaciones. Así que no demos por hecho que las familias no queremos estar porque muchas no pueden ni planteárselo y se dan cuenta cuando ocurre algo que no esperan.
El propio productor de la serie recuerda en una entrevista el proverbio: "Para educar a un hijo o una hija hace falta una tribu". Es una responsabilidad social lo que estamos viendo y lo que refleja esta serie, a mi parecer, es demasiada culpa. Así que no sé dónde dice que está la tribu. Pero el cambio depende de la implicación de todas las partes, de la educación, de las familias, pero también, y sin ello es imposible, de los Gobiernos, la legislación y su cumplimiento y sobre todo de la regulación de los contenidos y límites a plataformas, cuentas y perfiles que están generando un mundo de violencia a su alcance, que les disocia totalmente del plano real de sus vidas.
Crear una alerta social sin pasar a la acción es peligroso. ¿Qué está generando esta serie? ¿Está empujando a que nos movilicemos las familias juntas para exigir una ley de protección y regulación inmediata de los contenidos abusivos? No, lo que está provocando es un enfrentamiento, pánico y un estado de desolación que paraliza, llevándonos a pensar que nada podemos hacer. Y yo me niego a aceptarlo.