Tras el recuento matinal, recogió su celda de la cárcel de Brieva (Ávila), dejó todo perfectamente ordenado y se ahorcó con el cinturón de una bata. Así decidió acabar sus días el pasado miércoles Rosario Porto, Charo, la madre de Asunta Basterra. Llevaba siete años encarcelada y le faltaban once para acabar de cumplir la condena por el asesinato de su única hija. En las últimas semanas, Charo había pedido un permiso que le fue denegado y había escrito cartas a la Secretaría de Estado de Instituciones Penitenciarias y al Defensor del Pueblo. Además, se lamentaba de que tras los muros de la prisión no la esperaba nadie: sin padres, sin hermanos, con su exmarido, Alfonso Basterra, cumpliendo idéntica condena por el mismo delito que ella y sin su hija, Asunta.
La verdad judicial, la que establecen las sentencias, dice que el matrimonio llevaba tres meses administrando lorazepam a la niña y que el 21 de septiembre de 2013 la volvieron a drogar en la comida y que después ella –así lo registraron las cámaras– la llevó hasta la finca de Teo, donde Rosario Porto y Alfonso Basterra la mataron tapándole la nariz y la boca. Luego, dejaron su cuerpo en un camino.
Las verdades judiciales, los veredictos de los jurados, las sentencias de los jueces, no tienen por qué incluir los móviles de un crimen y ese es el gran misterio que se lleva a la tumba Rosario y que ya sólo Alfonso podrá desvelar, la otra mitad de un binomio criminal, de una pareja que hacía tiempo que estaba distanciada, pero que se unió para dar muerte a una niña que tiempo atrás fue muy deseada, la pieza que faltaba para completar el puzzle de una familia ideal, ejemplar, como había sido en la que creció Charo.
Basterra nunca desvelará el móvil del crimen, como nunca desveló las razones que le llevaron a hacer fotos a su hija mientras dormía o en poses impropias de una niña de doce años posando para su padre. Basterra siempre ha guardado silencio y, mientras Charo tenía un largo historial de depresiones antes de acabar con la vida de su hija, él era el elemento fuerte de la pareja, en el que ella se apoyaba en sus momentos más oscuros. Rosario Porto no pudo soportar la soledad que le esperaba fuera y la culpa que le debía carcomer cada día desde ese 21 de septiembre de 2013. La culpa, como el miedo, es libre.