La inspectora Celia lleva trece años luchando contra los monstruos que depredan menores. Más de una década escudriñando los rincones de la red para cazar a los pedófilos que se esconden allí, que cometen actos terribles contra las víctimas más vulnerables y los muestran, como trofeos de caza, en los espacios habitados por individuos que han encontrado en Internet, no solo un escenario perfecto para sus crímenes, sino también una identidad colectiva, un lugar en el que hay más como ellos. Celia es la jefa del Grupo 3 de Protección al Menor de la Unidad Central de Ciberdelincuencia. Su grupo detuvo, solo el pasado año, a más de 400 personas, acusadas de delitos contra menores. Pero en 2018, la inspectora también tuvo que asimilar y enfrentarse a una nueva realidad: descubrió, gracias a la colaboración de EEUU, que decenas de menores españoles colgaban en distintas redes vídeos sexuales muy explícitos y lo hacían sin que nadie los presionase o los extorsionase, por su propia voluntad. En una carpeta con el nombre Operación Liberi empezaron a acumularse imágenes en las que niños y niñas muy pequeños se grababan desnudos, simulando que se masturbaban, haciendo movimientos lúbricos, imitando posturas y gestos del porno más duro.
Hasta el momento, la Policía ha identificado en la operación a unos 120 niños de entre 2 y 13 años. Las imágenes de los más pequeños fueron grabadas por sus padres, de forma inocente y en un entorno cotidiano (como la piscina, la playa, o la bañera), y las colgaban en la red, sin sospechar que eran empleadas por pederastas de medio mundo como salvoconducto para acceder a foros privados, en los que es imprescindible aportar material pedófilo para sumarse a ellos. Pero hay otros vídeos y otras fotos que niños de 7, 9 o 10 años graban y difunden en distintas redes, por el afán de acumular likes, como reto entre sus amigos –especialmente los niños- o para imitar a los influencers o youtubers, convertidos en súper héroes de las últimas generaciones.
La inspectora Celia y los suyos han tenido que hacer en la Operación Liberi un trabajo distinto al que hacen habitualmente. Esta vez no ha habido una investigación compleja, ni detenidos, ni registros o volcados de ordenadores o dispositivos. Han tenido que llamar a las familias de los niños identificados, enseñarles las imágenes que sus hijos han grabado y difundido, explorar (tomar declaración) a los menores para detectar si alguno de ellos podía haber sido víctima de una extorsión y, sobre todo, explicar los peligros y las consecuencias de lo que estaban haciendo. Y, una vez más, Celia y su grupo han aprendido de la condición humana, algo inherente al oficio de policía. "Había padres que no podían creer que sus hijos fuesen capaces de haber grabado esas imágenes. A otros preferíamos no enseñárselas por lo duras que eran y unos cuantos le restaban importancia, diciéndonos que era una chiquillada. De hecho, hemos encontrado imágenes de niñas que han grabado y colgado después de que hubiésemos hablado con ellas y con sus padres".
Los policías del Grupo 3 de Protección Infantil son jóvenes, algunos de ellos son padres, todos están especializados hace tiempo en la persecución de delitos en la red, pero no son pedagogos ni educadores, son policías. "Algunas familias pretendía que nosotros metiésemos miedo a los niños, pero ese no es nuestro trabajo", dice Celia. Su trabajo fue, por ejemplo, comprobar que la imagen de una niña de nueve años que cantaba y se mostraba con posturas sexuales explícitas en la red Musicalli, había sido descargada por pedófilos de medio mundo.
Las imágenes de los menores encontradas en la Operación Liberi han sido incorporadas a ICSE, la base de datos de Interpol que acumula las fotos y los vídeos de menores explotados o abusados en todo el mundo, que sirve para identificar niños y niñas víctimas de los depredadores de la red. Los de la Operación Liberi no eran víctimas de nada, tan solo de un mundo en el que con diez años una niña es capaz de simular voluntariamente las posturas sexuales de una adulta y colgarlas en las redes sociales para, finalmente, ser pasto del apetito de los pederastas.