Los periodistas no certificamos muertes. Eso es trabajo de los médicos –la frase es de Aaron Sorkin y se podía oír en The Newsroom–. Tampoco decidimos tipos penales. Eso debe ser cosa de juristas. Estas dos obviedades las debemos tener presentes los reporteros de sucesos, que hoy, más que en ninguna otra época, podemos dejarnos arrastrar por el griterío –por lo general poco o nada cualificado– de las redes sociales o por decenas de medios de comunicación locos por el clickbait, y meternos en jardines que no son de nuestra competencia.
El riesgo es aún mayor cuando nos topamos con un suceso mediático, es decir, que concita la atención del público y dispara las audiencias en televisión y en internet. En los últimos tiempos, hemos tenido muchos: José Bretón, Asunta Basterra, Ana Julia Quezada, Diana Quer, Totalán, la manada de Pamplona… Son lo que mi compadre Luis Rendueles ha definido con acierto 'sucesos Netflix', casos que dan la posibilidad a los medios de convertirlos en narraciones por entregas. El equilibro –que diría Iván Ferreiro– es imposible. A mayor tiempo de exposición, mayor riesgo de cometer errores o de invadir ámbitos que no son los nuestros, como la ciencia forense o las leyes.
El último ejemplo sigue dando entregas. El 27 de abril, Tomás Gimeno desapareció en Tenerife junto a sus hijas, Anna y Olivia, dos niñas preciosas cuya imagen está presente desde entonces en las retinas de los espectadores y los internautas. Dos menores de buena familia –el efecto 'los ricos también lloran', término que también ha acuñado Rendueles–, una desaparición misteriosa y una madre desesperada componen un cóctel casi imbatible para atraer la atención del público. La gente vive el dolor y la angustia de esa madre como propios. La facilidad para empatizar –y no la curiosidad morbosa– es el secreto del éxito de los sucesos desde que el mundo es mundo.
La investigación de la Guardia Civil para encontrar a los desaparecidos se está llevando a cabo con absoluto sigilo, como no puede ser de otra manera. La Unidad Orgánica de Policía Judicial de Tenerife, con el puntual apoyo de la Unidad Central Operativa, lleva dos semanas trabajando a destajo para localizar a los tres desaparecidos. La búsqueda se centra en las aguas del Atlántico, lo que parece augurar un mal desenlace del caso, pero las investigaciones también apuntan a otras posibilidades.
Yo no sé qué ha ocurrido con Anna y Olivia. No tengo ningún dato que me haga pensar que han muerto, como tampoco lo tengo para sostener que siguen con vida. A estas alturas, la Guardia Civil tampoco tiene ninguna convicción y por eso guarda un prudente silencio que se lleva mal con las demandas de los medios, deseosos de ofrecer más entregas del suceso. Nuestro trabajo, el de los periodistas, es lograr ese equilibrio: informar sin sacar conclusiones que ni siquiera tienen los que más conocen el tema y, sobre todo, tener presente siempre el dolor de una madre que no podemos alcanzar a comprender.