Estefanía, una policía nacional de 33 años, tiene la mandíbula rota y la cara llena de golpes por ser mujer. Abu Sayang, un tipo nacido en Guinea Bissau hace 36 años, le dio una brutal paliza cuando ella entró en la celda de la Inspección Central de Guardia de Valencia que el africano ocupaba junto a otros dos detenidos. Sin mediar palabra, sin ningún aviso previo, Abu le dio un puñetazo que noqueó a la agente antes de llegar al suelo. Una vez allí le siguió dando golpes que sólo pararon cuando los gritos de los compañeros de celda del guineano alertaron a otros policías. Cuando irrumpieron en la celda –todos hombres– Abu pasó de ser una bestia fuera de control a un corderito que se dejó engrilletar tranquilamente.
Después, un grupo de agentes de la UPR dirigidos por una inspectora trasladó al detenido al ambulatorio, como ordenan los reglamentos. Allí, Abu se vio rodeado de enfermeras y comenzó a gritar en castellano que conocía sus derechos y que a él una mujer no le tocaba, que las mujeres sólo daban problemas. Una inyección de diazepam, administrada por una enfermera, acabó de tranquilizar a Abu, que fue enviado a prisión por el juez. En la cárcel encontrará pocas mujeres, pero se meterá en problemas, como ha hecho desde que fue reseñado por primera vez, en Madrid, en 2019. Desde entonces, acumula cinco detenciones por lesiones y atentado, la penúltima, la que le llevó a la celda donde atacó a Estefanía: le había fracturado la mandíbula a otro gorrilla, ese colectivo que se dedica a recaudar propinas avisando a los conductores de las plazas libres de aparcamiento en las grandes ciudades.
Estefanía fue intervenida quirúrgicamente el pasado viernes, cuando la inflamación de su cara posibilitó la operación. Sus compañeros de la Unidad de Protección y Seguridad están seguros de que pronto volverá a trabajar. Es una guerrera que practica escalada, ciclismo, buceo, crossfit y que prepara su acceso a la escala ejecutiva. Policía desde hace casi una década, logró entrar en Caballería, un destino exigente como pocos. Allí solía montar a Descaro, un corcel díscolo al que Estefanía metió en vereda como nadie. Nunca le han asustado los retos. Por eso entró a pelo, sin ningún miedo, a la celda de Abu, un tipo que ya había dado señales de ser conflictivo y que estaba gritando e insultando a los arrestados que compartían calabozo con él desde que le metieron allí. Jamás imaginó Estefanía que su condición de mujer, no de policía, era toda una declaración de guerra para el misógino guineano.
Durante su estancia en el hospital, Estefanía ha recibido el cariño de sus compañeros y de sus jefes. De los y las abajo firmantes habituales no hay noticias. Tampoco de los y las ofendidas en las redes sociales. Y es que Estefanía es mujer, pero también es policía.