La pandemia y la borrasca Filomena han puesto a prueba la paciencia de una buena parte de la sociedad española y el músculo de quienes velan por ella, aquellos cuya vocación de servicio va en su ADN. Hablo de los militares y las fuerzas de seguridad del Estado. Su papel en la crisis del COVID –ahí sigue la Unidad Militar de Emergencias en plena operación Baluarte, para hacer llegar vacunas a todos los rincones de España y desinfectar residencias y espacios públicos– ha sido y sigue siendo ejemplar.
Y el temporal ha vuelto a dejar claro que, pese a algún político bocachancla, los militares, la Policía y la Guardia Civil no son, ni mucho menos, un gasto superfluo. Han sido la UME y el Instituto Armado quienes en estos días se han enfrentado al temporal, rescatando conductores, abriendo carreteras, limpiando las pistas del aeropuerto de Madrid, asistiendo a personas aisladas…
Mientras los ideólogos de salón lanzaban sus proclamas desde la comodidad de sus casas y sus smartphones, culpando a Pedro Sánchez, a Díaz Ayuso o a quien se terciara de imprevisión o de falta de agilidad, más de 800 militares se echaban a las carreteras y a las calles en jornadas interminables.
El mismo conductor irresponsable que decidió coger el coche y emprender camino en mitad de la tormenta de nieve se quejaba de que llevaba doce horas parado y que nadie le hacía caso. Un producto más de la sociedad quejica, llorona, inmadura e incapaz de hacer frente a sus responsabilidades y a sus actos.
Creemos que el Estado –en todas sus formas– nos tiene que sacar de todos los apuros en los que nosotros mismos nos metemos. Afortunadamente, nuestra sociedad cuenta con hombres y mujeres que llevan en su ADN la vocación de servicio y la entrega a los demás: sanitarios, militares, policías, guardias civiles… Cuidemos de ellos, porque, una vez más, han demostrado que son lo mejor que tenemos entre nosotros, sin cabida para la autocomplacencia ni para la autocompasión. D.H. Lawrence escribió: "Nunca vi a un animal salvaje sentir lástima de sí mismo. Hasta el mas pequeño pájaro caerá muerto de una rama sin haber sentido jamás lástima de sí mismo". Es una buena primera lección para empezar a crear sociedades adultas.