Hannah Arendt acuñó la frase tras asistir al juicio en Israel contra el jerarca nazi Adolf Eichmann, uno de los máximos responsables del Holocausto. La filósofa habló de la banalidad del mal al referirse a la naturalidad con la que el burócrata nazi mandaba a la muerte a millones de judíos. Ser reportero de sucesos le sirve a uno para comprobar que la denominación de Arendt encaja con muchos asesinos. Los criminales comparten nuestro código genético, nuestra forma de vida y hasta nuestro sistema de valores. Hasta que dan el paso que los convierte en asesinos.
El último ejemplo de ello lo encontramos en A Coruña. Seis personas han sido detenidas por la muerte de Samuel Luiz, un chico que salió de copas un viernes y acabó en una bolsa de plástico en la madrugada del sábado, después de ser agredido por una jauría que lo apaleó hasta la muerte. En menos de una semana, la Brigada de Policía Judicial de Coruña puso a disposición de la justicia a cinco hombres –dos de ellos menores– y una mujer. Todos los varones han sido enviados a prisión o a un centro de internamiento y la Policía considera que con esos detenidos han arrestado a los principales responsables de la muerte de Samuel.
"Lo más aterrador de este caso –me decía uno de los responsables de la investigación– es la normalidad de los detenidos. Todos son gente con los que cualquiera puede encontrarse una noche en cualquier bar de copas. Jóvenes completamente integrados, sin antecedentes, sin adscripción a ninguna tribu o banda. Personas completamente normales capaces de matar a palos a un chico tras una discusión trivial". La banalidad del mal, la normalidad de los asesinos, su parecido con nosotros. Eso es lo verdaderamente escalofriante de la muerte de Samuel, al que sus asesinos persiguieron, acosaron y finalmente abatieron tras 150 metros de cacería.
La opinión pública y la publicada se ha enredado estos días en discusiones sobre galgos y podencos, es decir, sobre el carácter homófobo o no homófobo del crimen. A ello han contribuido un par de testigos en busca de sus cinco minutos de fama y los políticos de gatillo tuitero rápido. En este momento no hay nada que indique que la motivación del crimen sea la condición sexual de la víctima, pero eso no quita ni un ápice de horror a lo sucedido en el paseo marítimo de A Coruña. Quizás sea aún más terrible que los asesinos ni siquiera tuvieran un motivo para odiar hasta matar. Sencillamente, lo hicieron. Esa banalidad del mal asusta aún más.