Hace tiempo debió de correrse la voz entre los estudiantes de Periodismo –¿se sigue llamando así la carrera?– de distintas facultades: el que habla de sucesos en laSexta contesta cuando le escribes y acepta entrevistas. Así que periódicamente recibo en la redacción a futuros periodistas que charlan conmigo para completar los trabajos que se les ocurren a sus profesores. He hablado con ellos del tratamiento informativo de las desapariciones, de la forma de abordar los crímenes, de periodismo de tribunales, de las fuentes de información, de sucesos, del terrorismo de ETA –hay quienes también tienen memoria histórica para estas víctimas– y del yihadista… Atiendo estas peticiones gustosamente porque siempre pienso que los chavales tienen toda su vida laboral por delante para frustrarse y para topar con hijos e hijas de puta de toda especie. Así que darlos un poco de cariño cuando aún no han roto el cascarón para empezar en el oficio no me parece mala idea. Hace unos días recibí a tres chicas y un chico de primero. Querían hablar conmigo del impacto de las nuevas tecnologías en el ejercicio del periodismo.
Charlé con ellos y reflexioné sobre el tema. Rebusqué entre mis recuerdos y evoqué mis inicios como reportero de sucesos y mi máximo temor de aquella época: quedarme sin monedas para llamar desde una cabina y contar las novedades de un suceso al jefe de sección. Recordé mi paso por la guerra de Bosnia y cómo escribíamos los reportajes a mano o en viejas máquinas de escribir de las oficinas abandonadas en Sarajevo y luego buscábamos uno de los contados y cotizados teléfonos satélite para dictar las crónicas.
He tenido el privilegio de asistir al vertiginoso cambio que las nuevas tecnologías han propiciado en el oficio: la telefonía móvil, la imagen digital, las cámaras que permiten hacer directos en casi cualquier lugar del mundo… Todas ellas son herramientas que han hecho mejor y más eficaz nuestro trabajo y nos ha facilitado llegar a mucho más público con mayor rapidez.
Una vez confesada mi adhesión a las nuevas tecnologías, lancé un aviso a los futuros periodistas: no se ha creado el smartphone, la tablet, el portátil o la wificam que te haga mejor periodista. La esencia del oficio sigue siendo la misma que cuando le pedíamos a una madre la fotografía de la mili o de la boda de su hijo asesinado o cuando acudíamos a un atentado de ETA y llamábamos a todas las puertas de un edificio para que nos dejasen un teléfono desde el que transmitir una crónica de urgencia garabateada en un cuaderno o en un puñado de servilletas. No hay red social o buscador de Internet que pueda sustituir a una buena fuente de información. Los cretinos que pergeñaron aquella idiotez del periodismo ciudadano quisieron hacer creer que para dedicarse a este oficio sólo hacía falta un teléfono con cámara y conexión a internet y la desvergüenza suficiente para presentarse como periodista en cualquier evento, a ser posible con chaleco y casco. Pero no. Para ser periodista hay que tener, sobre todo, buenas fuentes.
A cuenta de esto me vienen a la memoria los trece días de enero de 2019 en los que toda España estuvo pendiente del agujero en el que cayó el pequeño Julen Roselló en Totalán (Málaga). Cubrí junto a mis compañeros de la delegación de laSexta en Andalucía –Juanjo Cuéllar, Cecilia Cano…– aquella información en un lugar que habría hecho muy difícil la cobertura en otros tiempos: no había viviendas, ni industrias, ni comercios en varios kilómetros a la redonda. Por allí andaba esos días uno de los mejores reporteros que conozco, Juan Cano, del diario Sur. Juan había convertido su coche en una redacción móvil: tenía permanente conexión wifi, un ordenador portátil y hasta una especie de mesa que le facilitaba la escritura. Él y su compañero Álvaro Frías dieron a sus lectores una información rigurosa y puntual de lo que pasaba en Totalán gracias a las nuevas tecnologías, pero, sobre todo, gracias a su oficio y a sus fuentes.
La madrugada del 26 de enero Juan Cano fue el primer periodista que se enteró de que los equipos de rescate habían llegado hasta el cadáver de Julen. Su conexión, su portátil y su wifi no le habrían servido de nada si aquella noche Juan no hubiese tenido, como siempre tiene, las mejores fuentes. Y, como les dije a esos últimos alumnos a los que recibí, de esto va el periodismo: de ir a los sitios y contar lo que pasa gracias a nuestras fuentes. O, al menos, de eso iba.