Pasa con frecuencia. Hay hombres y mujeres que se sientan en el banquillo y sus personajes trascienden a sus actos. Nos fijamos tanto en ellos que llegamos a olvidar lo que se está dilucidando en la sala de audiencias. Pasó con Rosa Peral o con Maje –acusadas de matar a sus parejas–, con el histriónico Jaime Giménez Arbe –el atracador conocido como El Solitario, condenado por tres muertes– y con otros muchos criminales que se forjan eso que le piden a uno que sea cuando comienza a salir en televisión, un personaje.
El último ejemplo es César Román Viruete, el conocido como el rey del cachopo. Desde la semana pasada se le juzga en la Audiencia Provincial de Madrid por la muerte de Heidi Paz Bulnes, su última pareja. El torso de la mujer apareció metido en una maleta en una nave industrial de Usera (Madrid) el 13 de agosto de 2018. Para ser justos, hay que decir que César ya era un personaje antes de ser acusado de este crimen: su fama como hostelero se había fraguado en parte gracias a sus apariciones en distintos medios y a ganar concursos que convocaba él mismo. De su fama a base de profanar el tradicional plato asturiano pasó a ser un fugitivo y después un presunto criminal y esta semana he llegado su hora, la del juicio, en la que todos los focos le apuntan a él.
Sabedor de esto, prolongó su declaración durante cuatro horas en las que mostró folios del sumario, habló de los quince rellenos para los cachopos que sus restaurantes ofertaban, se atribuyó su pequeño papel en la lucha contra ETA y acusó del crimen de Heidi –lo cierto es que incluso cuestiona que el cuerpo de la maleta sea el de su última novia– a una trama de narcotraficantes auspiciada por siniestros y corruptos policías. Es decir, siguió construyendo su personaje.
Cuando le tocó escuchar a los testigos gesticuló, cabeceó, hizo aspavientos, pasó notas a su abogada… Todo eso es secundario a la hora de impartir justicia. Sobre lo que deben decidir los nueve miembros del jurado es sobre si mató o no a Heidi. Nada más. Tan poco importantes son los rellenos de sus cachopos como que, según confesó una de sus últimas parejas, sea capaz de matar a tres cachorros o de dar una paliza a una perra, hechos por los que yo pediría su procesamiento, pero que nada tienen que ver con las razones que le han llevado al banquillo.
Una vez que se hace abstracción del personaje, queda un juicio apasionante. La investigación ha dejado muchas lagunas, muchas dudas que la abogada Ana Isabel Peña puede explotar hasta sembrar la duda en el jurado. Próximamente llegarán a la sala los policías que instruyeron la causa y los peritos que demostrarán que ese torso era de Heidi. Todos ellos delimitarán lo que se juzga aquí. De eso va este juicio. Porque condenado o absuelto, César Román pretenderá seguir siendo un personaje.