La escena tuvo lugar el domingo en el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Al fondo, el Ángeles Alvariño, el barco del Instituto Oceanográfico que lleva dos semanas colaborando en la búsqueda de Anna y Olivia, las dos niñas asesinadas por su padre, Tomás Gimeno. El buque científico lleva parado algo más de treinta y seis horas. La conversación es fugaz y llena de las reservas propias de un momento tan delicado, cuando apenas han pasado tres días desde el hallazgo del cuerpo de Olivia. Uno de los responsables de la investigación, que lleva en el rostro las marcas de más de cuarenta días de trabajo sin descanso, me cuenta los esfuerzos del personal del buque. Señala hacia el imponente casco del barco y me dice: "Allí tenemos treinta guardias civiles más, cada miembro de la tripulación es uno más de nosotros".
Es su forma, tan sobria como sus maneras, de reconocer el trabajo de un personal dedicado habitualmente a labores científicas y que se ha convertido en el mejor aliado de la Unidad Orgánica de Policía Judicial de la Guardia Civil de Tenerife, la encargada de las pesquisas para esclarecer el crimen de Anna y Olivia. En la primera semana de la investigación, otro de los responsables de la operación me confesó: "Están los tres en el mar, no los vamos a encontrar". Entonces aún no se contaba con la llegada del Ángeles Alvariño, un barco que pasará a la historia criminal española: es la primera vez que se halla un cuerpo sumergido a mil metros de profundidad. Un triste hito, pero un hito.
La ciencia y los mejores profesionales de la materia se han aliado para intentar reparar un daño irreparable, para tratar de suturar una herida que sangrará de por vida, la de Beatriz Zimmerman, la madre de las niñas asesinadas por Tomás Gimeno. El trabajo del buque llegó tras el de los especialistas del GATO (Grupo de Apoyo Técnico Operativo) de la Guardia Civil, que fueron capaces de delimitar con una precisión milimétrica los movimientos del teléfono del asesino entre el 27 y el 28 de abril. Fueron ellos quienes marcaron al sónar y al robot submarino del Ángeles Alvariño la zona donde podrían haber sido arrojados los cuerpos de las pequeñas y donde el criminal también decidió poner fin a sus días.
La conversación acaba con una pregunta: "¿Encontraréis a Anna y a Tomás?". El oficial señala al barco: "Harán lo imposible".