Quería venir a despedirse. Y ha venido. Y eso a pesar de que algunos le aconsejaron que no lo hiciera. Pero Casado quería pisar el Congreso por última vez y, sobre todo, dar su último discurso parlamentario ante los suyos. Quería ejercer como lo que todavía es, Presidente del Partido Popular, Presidente del grupo parlamentario y líder de la oposición.
Ha llegado arropado por la dirección del grupo parlamentario que ayer firmó un manifiesto pidiendo un Congreso extraordinario que avalara su salida. Porque, a pesar de todo, los firmantes defienden que no merece la soledad ni el escarnio.
Ha bajado por las escaleras de siempre. Como siempre. No ha cogido atajos. Ha entrado en el hemiciclo apurando. Como siempre. Con los pitos sonando avisando de que llegaba la hora de la sesión de control. Le hemos preguntado en el pasillo. Como siempre. Y ha sido educado. Como siempre.
Al sentarse en su escaño no ha habido aplauso de su bancada. Todo se ha quedado en un amago. Se ha oído alguna leve palmada pero nadie ha seguido ese arranque de cariño.
Sabía que las cámaras le estaban enfocando. Detrás de su mascarilla ha esbozado pequeñas sonrisas. Quizás nerviosas. Una pequeña luz para una mirada triste. Cuca Gamarra y Guillermo Mariscal, pesos pesados en el grupo parlamentario, se han encargado de darle conversación en los minutos previos a su intervención.
Batet ha abierto la sesión. Él se ha abrochado la chaqueta, ajustado la corbata y, con las manos entrelazadas, ha esperado su turno. El último turno.
Esta vez sí ha traído papeles. Por si los nervios le jugaban una mala pasada. Esta vez su discurso no contenía reproches al gobierno de Sánchez. Ni exabruptos ni salidas de tono. Hoy ha querido venir para que las hemerotecas registraran su epitafio político. Palabras para que se quedara grabado cómo entiende la política y qué ha intentado hacer en estos tres años como líder del PP.
Al terminar, sí ha tenido el respaldo de los suyos. Por fin han llegado los aplausos que quizás necesitaba. Su portavoz parlamentaria, Cuca Gamarra, ha sido desde ayer la gran promotora para que Casado recibiera cariño de los suyos. Ella ha sido la primera en levantarse para poner a la bancada en pie. No todos le han seguido, pero sí la gran mayoría. Una gran mayoría que ayer le pidió que se marchara pero que hoy se han dejado llevar por un sentimiento de humanidad.
Y de repente, 10 minutos después de haber entrado en el hemiciclo, Casado se ha levantado y se ha ido. Casi sin que los suyos se percataran. Ha salido solo, mientras aún sonaban algunos aplausos. Detrás de él, corriendo, han salido sus fieles: Pablo Montesinos, Antonio González Terol y Ana Beltrán.
Desde su salida del hemiciclo hasta su despacho, Casado ha ido repartiendo abrazos a todo aquel con el que se ha cruzado y se lo ha pedido. En su despacho ha estado poco más de media hora. Acompañado por Montesinos, que no se va a separar de él hasta que se vaya, y por su jefa de prensa, María Pelayo. Ha salido con un maletín en la mano. Habrá recogido lo poco que se tiene en el despacho de líder de la oposición. En el Congreso ya ha cerrado el capítulo. Ahora tendrá que cerrar el de Génova. Aún le quedan horas duras. Está disgustado y hundido pero hoy ha demostrado valentía y serenidad para dar la cara.