Ya no habrá más votaciones para el Estado de alarma en el Congreso. Se acabó el suplicio para un Gobierno que ha ido perdiendo apoyos cada 15 días. En la primera votación, el 25 de marzo, obtuvo 321 votos a favor, entre ellos los de los 88 diputados del Partido popular. Ese día ningún grupo parlamentario votó en contra de la limitación de movimientos. Ese día nuestro país llevaba a su espalda 40.000 contagios y 2700 muertos. Cada 24 horas morían más de 500 personas.
En la segunda votación, la del 9 de abril, la mayoría fue menor, 270 síes, pero también abultada. El PP seguía votando a favor mientras Vox ya se bajaba del caballo del Estado de Alarma. En el pleno de ese día ya se palpaba la crispación y la falta de entendimiento. El PP se ponía al lado del Gobierno pero al mismo tiempo le acusaba de mentir y de falsear las cifras de muertos. La contestación de la portavoz socialista fue muy dura y revolvió a Casado en su escaño. Adriana Lastra acusó a los populares de poner en marcha una estrategia dañina, indigna y desleal y de “tirar piedras contra los profesionales sanitarios”.
La conmoción que padecía España no tenía reflejo en el Parlamento. Sánchez ofreció a todos los partidos un pacto de Estado para hacer frente a la crisis derivada del Covid-19 pero Casado le reprochaba que pidiera acuerdos al mismo tiempo que su partido les insultaba. Uno y otro se acusaron de dinamitar cualquier entendimiento.
Poco a poco y a medida que pasaban las semanas el ejecutivo de Sánchez recibía más críticas a su gestión. Acusaciones de falta de comunicación y de tomar las decisiones de manera unilateral, sin consultarlas. La crítica se fue haciendo unánime entre los grupos del arco parlamentario. Cabe pensar que si todos levantaban la voz por lo mismo, no les faltaba razón. En el lenguaje parlamentario no es justo contar con los votos del adversario sin ni tan siquiera contarle cuáles son tus planes y para qué quieres sus votos.
Así las cosas el Gobierno tuvo que empezar a negociar cada una de las prórrogas. Con un ambiente cada vez más tenso. Llegaron las exigencias de unos y otros, todos cogiendo posición en la parrilla de salida y el tono del debate se volvió cada vez más amargo. La convocatoria de elecciones en País Vasco y Galicia no hizo más que enturbiar aún más el ambiente. Hasta hoy. Que el ambiente resulta irrespirable. La oposición no sale del argumento de que este Gobierno es un mentiroso, que ha provocado una tragedia con su negligencia. Insisten en que Sánchez gobierna con terroristas y golpistas. ETA sale en el discurso a diario. El chalet de Iglesias y Montero, también. Casado llamó ayer a Sánchez pato cojo y mago de verbena además de mentiroso. El Gobierno contesta con tono duro a los adversarios, aunque haciendo el esfuerzo por no perder los papeles, no caer en el insulto y no entrar a las provocaciones ni bajar al barro.
Los muertos importan pero no lo parece. Los sanitarios contagiados importan pero no lo parece. La gente haciendo cola para poder comer importa pero no lo parece. La gente sin trabajo importa pero no lo parece. Créanme si les digo que escuchar horas y horas de esta clase de debate político durante estos meses de confinamiento está siendo realmente duro y decepcionante. Y ahora que casi no hay fallecidos da igual. Tampoco desescalamos la bronca. Porque entonces llega el cese de un coronel de la Guardia Civil y vuelve a haber motivos para el combate. En la vieja normalidad fue el Caso Delcy. En la nueva normalidad el Caso Marlaska. No parece que el Covid-19 vaya a cambiar la política de bloques en nuestro país.