Cuando usted toma un zumo, compra un coche, lee una revista o ve un programa de televisión nada es casual. Cada detalle está estudiado. Analizado. El sabor, el color, la dulzura, la marca, los personajes o los presentadores. Casi todo ha sido sometido a un exhaustivo examen sociológico. Cualquier producto, antes de que llegue al mercado, ya ha sido testado por los consumidores. Se hace a través de una técnica llamada 'Grupos de discusión'.
Consiste en encerrar en una habitación a ocho personas lo más homogéneas posibles en ideología, edad y zona geográfica. No se trata de que se peleen. Se trata de que conversen. La clave está en ver en cómo se va construyendo un discurso con gente que se retroalimenta a sí misma. Es esencial la figura de un moderador o una moderadora. Les guía durante dos horas para que hablen sobre un producto o una marca determinada . Todo lo que dicen es grabado en vídeo y usado posteriormente por las empresas que lo encargan. Objetivo: posicionarse en el mercado y obtener la máxima rentabilidad.
Pues bien, esta técnica sociológica también se usa en la política española. Y mucho. Se ha vuelto imprescindible en el diseño de sus estrategias. Está a la orden del día pero no es nueva. Llegó a España en los años 70 de la mano de los sociólogos Ángel de Lucas, Alfonso Ortiz y Jesús Ibáñez. Los tres se negaron a hacer la tesis doctoral para no pasar por el aro de los tribunales franquistas de la Universidad.
Los partidos recurren a estas encuestas cualitativas para recoger las emociones de sus votantes y de los votantes de la competencia. Quieren saber lo que opinan sobre la imagen del partido y la de sus líderes. Los participantes visionan vídeos con declaraciones y mensajes que a diario aparecen en los medios de comunicación y dan su opinión sobre lo que ven y oyen. Responden a preguntas sobre lo que dicen, cómo lo dicen, qué valores proyectan como personas y como políticos, lo que transmiten con su forma de vestir, de hablar y hasta de andar. ¿Convence o no? ¿Tiene credibilidad? ¿Aporta confianza o riesgo? ¿Te irías con él de cañas? ¿A quién le prestarías dinero? Todas estas preguntas se hacen en estas encuestas sociológicas. También se someten a consulta los lemas, los temas y las ideas de la campaña.
Preguntan a sus votantes si creen que su partido es coherente con lo que plantean o defienden. Si relacionan determinadas posiciones con su partido o con el del adversario. Todo lo que ustedes puedan imaginar es sometido a debate para extraer conclusiones. Es la forma que tienen los partidos de testar la calle. Para los expertos es el nexo de unión entre los candidatos electorales y sus votantes, la técnica que ayuda a establecer un diálogo entre ambos. Las respuestas de los ocho participantes son analizadas con lupa en los cuarteles generales de los partidos.
Charo Valencia, socióloga, experta en investigación cualitativa y moderadora de estos grupos, tiene claro que "esta técnica es la única que desciende al lenguaje del corazón y que refleja los sentimientos. En toda acción humana la parte racional es la punta del iceberg, pero lo que nos impulsa a tomar las decisiones es la parte emocional". Los partidos, en una campaña como ésta en la que luchan por evitar la abstención, necesitan acabar con las dudas de sus votantes apelando a lo que les dicta su corazón.
Valencia ha sido durante muchos años Directora de Investigación de GAD3, ha trabajado con muchos partidos y dice que los líderes políticos son "marcas andantes". Como un yogur o como un coche. "Lo que más les preocupa a los políticos es la imagen de sus partidos y de sus líderes".
Los resultados de estas conversaciones pueden hacer cambiar la estrategia de los partidos. Charo Valencia es tajante: "Los grupos de discusión por sí mismos no son suficientes para tomar decisiones pero sí son muy relevantes a la hora de que los partidos tracen su estrategia. No tenerlos en cuenta puede traer muchos problemas a los líderes políticos".
La clave está en respetar los principios encajándolos en la sociedad. Aunque no todos los partidos hacen caso a pies juntillas. "Algunos menos de lo que deberían" afirma Valencia, "porque después hay muchos intereses y muchas corrientes dentro de un mismo partido". El peligro de estas técnicas es que provoquen que un líder político acabe constantemente persiguiendo a un animal que huye, sin rumbo. De nada sirve saber lo que piensa la calle si no hay liderazgo político. Las películas debe hacerlas el director aunque haya quien le aconseje incluir alguna escena.
Felipe González en sus últimos meses como Presidente del Gobierno solo quería que le pusieran encima de la mesa encuestas de este tipo, no quería ver encuestas con intención de voto.
En España todos los grandes partidos las usan, sin excepción. Su uso repunta en campaña electoral. Y eso que cada una de ellas ronda los 5.000 euros.
Quizás expresiones como "cuponazo" usada por Rivera, las "vacaciones parlamentarias" de las que habla Sánchez, el "tramabús" de Podemos o la barba de Casado hayan salido de grupos de discusión. No me digan más. Están deseando que les llamen para poder decir cuatro cositas a nuestros políticos a ver si toman nota. A mí también me pasa. Por cierto, los participantes cobran. Entre 30 y 50 euros por dos horas de charla.