A veces cuando escuchamos a determinados políticos o políticas nos preguntamos ¿en qué narices están pensando? ¿qué tienen en la cabeza?.
Parece que no distingan entre lo importante y el chascarrillo. Algunos y algunas hablan como si estuvieran por encima de todo, ignorando a los ciudadanos a los que representan. Intervienen o chillan como si estuvieran en la barra del bar. Son unos pocos, pero hacen mucho ruido. Los que nos pasamos los días escuchando a sus Señorías sabemos que los taberneros no abundan en el Parlamento. Afortunadamente.
Hay diputados y diputadas a los que da gusto escuchar, independientemente de que se comulgue o no con sus ideas. La rabiosa actualidad que nos arrolla cada día no siempre nos permite dar voz a tantos y tantos temas de los que se tratan en la cámara baja. Esta semana, por ejemplo, en la Comisión de Igualdad se ha hablado sobre uno de los mayores problemas que tiene nuestro país: la falta de medidas de conciliación y las dificultades a las que se enfrentan las mujeres para asumir puestos de responsabilidad en su carrera profesional.
Laura Baena, la fundadora del Club Malasmadres, les ha dicho a los miembros de la Comisión que "ser madre se ha convertido en un gran techo de cemento imposible de superar". Les ha dicho alto y claro que ha llegado el momento de decidir si quieren ayudar a las madres para que "la maternidad no sea una lastre para su carrera, para sus sueldos y para su calidad de vida". Es solo un ejemplo de tantos otros que demuestran que en el Congreso se habla de asuntos que preocupan a la gente. Mientras escribo este artículo oigo la sesión parlamentaria y están hablando de una iniciativa para acabar con el "sinhogarismo".
El problema es que hay servidores públicos que no se toman en serio su cargo y deciden aprovecharlo para ofender, insultar o salirse del tiesto. Es lo que ha ocurrido en la última semana con dos diputados del Partido Popular. Uno, Carmelo Romero, al que todo lo que se le ocurrió mientras se hablaba de salud mental fue mandar al médico a Íñigo Errejón. El nivel de algunos es desolador. Duele. Puede que haya algunos diputados que piensen así pero más doloroso es aún que lo digan si ni tan siquiera pensar en el daño que puedan causar.
Romero acabó disculpándose, obligado por la portavoz de su grupo, Cuca Gamarra. El problema es que su ejemplo no sirvió para que otros se lo pensaran dos veces antes de abrir la boca. Esta misma semana ha sido un compañero de su mismo partido quien espetó a la Ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que en su partido las mujeres solo ascienden agarrándose a la coleta de Pablo Iglesias. El comentario sería impropio hasta en la tertulia más chabacana. Escucharlo en sede parlamentaria genera una desafección enorme con la clase política. Más de la que ya puede existir.
Joan Baldoví ha pedido este martes a todos los diputados que den ejemplo, pero no ejemplos de crispación y faltas de respeto. "El clima que estamos viviendo es irrespirable" ha sentenciado. Señorías, un consejo: ¡cállense si lo que van a decir no ayuda para que entre todos y todas España sea un país mejor!